«Mi compañero de piso es un vampiro» , de Jenna Levine (422 páginas, Contraluz, traducción de Noemí Jiménez Furquet) es una divertidísima novela sobre lo que sucede cuando una artista al borde del desahucio encuentra un chollo de alquiler en la mejor zona de Chicago.

Efectivamente, hay gato encerrado, porque solamente alguien con un secreto que ocultar alquilaría una habitación por ese precio tan ridículo.

Obviamente, el título de la novela lo dice: «mi compañero de piso es un vampiro». El señor Fredrick J. Fitzwilliam, «el hombre más atractivo que hubiera visto jamás», parecía rondar los treinta y pico. Pero en realidad tiene 351 años y se ha pasado los últimos cien en coma por un error de su mejor amigo, otro vampiro, por supuesto.

Cassie Greenberg descubre que su compañero de pido es cualquier cosa menos normal. Duerme de día, sale por la noche para realizar oscuras actividades, habla como si hubiera salido de una novela romántica de la Regencia. Pero «no está nada mal en camiseta» y le deja conmovedoras notas por todo el apartamento, preocupándose por cómo le ha ido el día y por sus obras de arte, aunque no las entienda.

Todo sale a la luz cuando la inquilina encuentra bolsas de sangre en la nevera.

Jenna Levine logra una difícil combinación de las obras sobre vampiros, con todos los tópicos, aunque contribuye a desmontar muchos de ellos, con la comedia, y sobre todo con las novelas románticas, que es el género que mejor domina.

Porque, «¿quién dice que no se le pueden enseñar trucos nuevos a un vampiro viejo?».