Cicatrices

21/12/2011

diarioabierto.es.

Se detuvo frente a un espejo y miró el reflejo de sus manos huesudas. El surco que había entre dedo y dedo. Sus uñas gastadas y carentes de brillo y calcio. Se miró los nudillos, aquellas montañas que una vez fueron escaladas por unas manos valientes que se alimentaban del tacto de su piel.

Miró sus muñecas, llenas de pasado y temblores. Miró también sus brazos y el vello que los cubría, denso y marrón oscuro. Se acarició desde el codo hasta la palma de la mano, tratando de encontrar un cicatriz, solamente con el tacto de la palma de su mano y la encontró, en el centro de su antebrazo. Aquella cicatriz hundida. El resto de su pasado concentrado ahí, incrustado para siempre. Le recorrió un leve escalofrío desde los talones hasta el último pelo de su cabeza y sintió tristeza y felicidad a la vez.

Se volvió a mirar en el espejo. Miró sus ojos hundidos en las cuencas. Unos ojos sin brillo, sin luz, tan apagados que parecían estar muertos. Miró su nariz torcida, su boca de labios agrietados y silenciosos. Su barba de cinco días no le permitía ver gran parte de su rostro que, la que escondía el tiempo y la edad.

Miró su torso desnudo. Su pose de hombre vencido por el tiempo y la vida. Sus piernas… miró sus piernas increíblemente delgadas. Se fijó en el hueso de sus rodillas, que se le veía marcado en la piel, como queriendo escapar de su propio cuerpo. Y sus pies. Miró por último sus pies descalzos, con sus cinco dedos torcidos en cada pié, con sus uñas feas y mal cuidadas.

Había pagado mucho dinero. Todos sus ahorros invertidos en su cambio de identidad. Sería otra persona, con otro rostro, con otro nombre, con otras ganas de vivir la vida. Iban a borrar toda su memoria. Se olvidaría de ella para siempre. Y de todos aquellos que le traicionaron e hicieron de su vida 39 años de infierno. Le resetearían los recuerdos y le someterían a unos retoques faciales de cirugía estética, que lograrían hacerle tener otro rostro. Otra identidad física y documentada.

Estaba decidido y entusiasmado con la idea. Pero aquella cicatriz que tenía en el brazo le causaba cierto temor. Sentía que le podría devolver los recuerdos cada vez que la sintiese o la viese. Los médicos le habían dicho que eso no podía ocurrir, que habían reseteado el cerebro ya, a más de 100 personas y que ninguna de ellas hasta la fecha había sufrido regresiones a su pasado por las cicatrices del cuerpo.

Cerró los ojos cuando le tumbaron en la camilla. La voz ronca de un médico le dijo que si no estaba seguro de lo que iba a hacer, aún podía echarse atrás. Sin embargo él respondió que deseaba hacerlo, que era la única salida.

Le anestesiaron. Y poco a poco sus ojos se fueron cerrando. Pero los dedos de su mano derecha sujetaban su brazo izquierdo, rozando totalmente, con la yema de sus dedos, aquella cicatriz que no desaparecería jamás de su cuerpo.

Se cumplían exactamente 15 años de la muerte de ella. Se cumplían 15 años desde aquel accidente de tráfico: ella iba radiante, muy guapa, porque tenía una reunión importante y beneficiosa para ella y él estaba enfadado porque su proyecto se había venido abajo. Su enfado le llevó al despiste y el despiste le llevó a salirse de la carretera hasta volcar y dar varias vueltas de campana y ser arrollado por dos coches más, de los cuales sólo hubo heridos.

En el accidente solamente murió ella. Él la vio morir dentro del coche, con la mirada pérdida mientras miraba la herida del brazo de él, que sangraba a borbotones. Su preocupación era la herida de él, no el último aliento de su vida. Él solo recuerda acariciar la mejilla de su mujer antes de desmayarse.

Y 15 años después no había logrado superar su muerte. Por eso había decidido resetear su memoria para tratar de empezar de cero, si es que a caso eso era posible. Habría que descubrirlo

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