La semana de la Constitución y de la Inmaculada con relativa frecuencia permite enlazar a veces puentes y en otras un acueducto. Antes los grandes comercios se fregaban las manos por la oportunidad de hacer grandes ventas mientras que los pequeños se indignaban por esta feroz competencia. A estos ni les resulta rentable abrir estos días ni que la legislación les permita subir las persianas los días festivos. Los que sí se friegan las manos son el sector turístico que puede revivir las glorias veraniegas

Periódicamente se pone sobre la mesa de modificar esta polémica semana para que no paralizara buena parte de la vida laboral del país. La Iglesia ya ha modificado con relativa frecuencia su santoral y no estaría de más que lo volviera a hacer. El aniversario de la Carta Magna quizás es más complicado. En cualquier caso año este debate se muere cuando se acaban estos días.

Lo que es más que dudoso es la capacidad económica de los españoles para mantener el ritmo de gasto por las fiestas navideñas. Ya hace semanas que nuestras calles están adornadas con luces que invitan al consumo en esta larga precampaña navideña. Acabamos de pasar el black friday y aún quedan quince días para Nochebuena y casi un mes para Reyes con el Papa Noel por en medio, además de las numerosas campañas de solidaridad para la gente más necesitada.

Yo no sé si los bolsillos de muchos hogares españoles da para cubrir las expectativas de tantos comerciantes, teniendo en cuenta que tras las navidades vienen las rebajas de enero y después las de febrero antes de que empiece la campaña de “ya es primavera”.

No sería, me pregunto, más productivo no perder unas semana laboral con las fiestas de esta extraña semana y volver a los tiempos en que las celebraciones se hacían en la fecha prevista y las compras en las vísperas y no meses antes. Pero las campañas comerciales no se encadenaban unas con otras.

Supongo que si lo hacen les debe ser muy productivo pero tengo mis dudas que una gran mayoría de los españoles tenga serios problemas para satisfacer las ganas consumistas de los comerciantes.