Tarradellas y Puigdemont

26/12/2023

Josep M. Orta.

Josep Tarradellas tuvo una vida de película. Consejero de la Generalitat se opuso a los hechos de Octubre del 34 cuando Companys proclamó la república catalana. Al final de la guerra se exilió a Francia. Méjico influyo para que el estado francés negara la extadición que había pedido Franco. Tras ser detenido por la Gestapo (poco después del fusilamiento de Companys) huyó a Suiza, que le concedió el derecho de asilo. Tras rechazar participar en el gobierno de la república en el exilio, en el año 1954 accedió a la presidencia de la Generalitat tras la dimisión de Josep Irla, donde mantuvo la legitimidad de la institución que presidía. Instalado en Saint Martin le Beau, el prefecto de Tours le pidió qué pensaba hacer, a lo que respondió con un contundente “Todo menos el ridículo”. Era un catalanista no separatista y sobre todo un gaullista por su sentido de Estado y del modo de ejercer el poder.

Tras la muerte del dictador y ante la perspectiva que en Catalunya gobernaran los socialistas, Adolfo Suárez jugó su carta para reconocerle como presidente de la Generalitat restaurada. Entonces tenía 78 años.

Su regreso fue multitudinario pero en determinados poderes fácticos saltaron chispas. Lo primero que hizo una vez instalado en la Generalitat y antes de tomar posesión fue visitar al capitán general de Catallunya, el general Coloma Gallegos. La entrevista empezó mal. “Solo lo recibo por que me lo ha ordenado el Rey” le replicó el militar antes de recordarle que “ustedes fusilaron al general Goded”. El veterano político replicó: “El fusilamiento del general Goded fue un acto de justicia tras un juicio sumarísimo, igual que el del presidente Lluis Companys que fusilaron ustedes”. La reunión se enderezó hasta el punto que Coloma Gallegos le ofreció su coche para ir juntos a la toma de posesión de Tarradellas.

La prudencia en su actuación como president, su sentido de estado y el frenar a los radicalismos nacionalistas le ganaron no pocas simpatías en Madrid, que culminaron con su afirmación que “ETA es el cáncer de España” en unos momentos que la banda terrorista aún gozaba de no pocas simpatías en la izquierda. Los problema que tenía Adolfo Suárez para gobernar propiciaron que algunos poderes fácticos – incluso militares- se fijaran en él para la presidencia del gobierno español, cosa que no sucedió. El viejo republicano acabó aceptando el marquesado de Tarradellas que le concedió el Rey.

Ahora hay un vilipendiado presidente de la Generalitat exiliado y con influyentes personalidades reclamando su extradición para encarcelarlo al igual que condenaron en un polémico y discutible juicio a sus compañeros de gabinete. Pero por el designio de las urnas Carles Puigdemont se ha convertido en una pieza imprescindible para la gobernabilidad de España y las descalificaciones se han trocado en virtudes de determinados sectores y ahora es probable no sólo que pueda volver sino que pueda recuperar, tras las próximas elecciones, la presidencia de la Generalitat. Ya pasó una vez…

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