El año de la Inteligencia

28/12/2023

Francisco Javier López Martín.

Eso me gustaría que fuera el próximo año, el Año de la Inteligencia, sin
adjetivos que la descalifiquen. Nada ganamos con decir que esa inteligencia
sea humana, o artificial, porque a fin de cuentas eso que llaman Inteligencia
Artificial (IA), es el fruto de todo lo mejor y lo peor que da de sí cada persona
humana.

Vamos comprobando cómo la IA va transformando aceleradamente nuestras
vidas, nuestros empleos, nuestras propias relaciones. Los usos de la IA son
interminables y permiten no sólo automatizar tareas humanas simples, sino
detectar y proponer soluciones para situaciones complejas.

El problema es que muchos poderes económicos y políticos están usando la IA
para automatizar cosas como la obtención de citas previas, la realización de
determinados trámites, la comercialización de productos y servicios. Aceptar
esta lógica mercantilista puede tener efectos muy negativos y
deshumanizadores.

Toda revolución industrial ha permitido automatizar tareas, lo cual ha hecho
perder empleos sustituidos por las máquinas. A veces, el efecto es que el
trabajo pierde peso en la riqueza nacional, las rentas salariales se reducen, las
desigualdades aumentan, aunque no por ello y en todo caso aumente la
pobreza.

También es cierto que si el desarrollo tecnológico ha hecho perder empleos,
han surgido otros nuevos en tareas en las que las personas son
imprescindibles o, al menos, tienen ciertas ventajas con respecto a las
máquinas. Fruto de ello, los empleos no se han desplomado y los salarios no
se han reducido de forma brutal.

Los luditas destruían cosechadoras porque acababan con el penoso trabajo
agrícola de los campesinos, pero pronto surgieron nuevos empleos en la propia
industria manufacturera y alimentaria y en nuevos servicios de distribución y
comercialización, que compensaron esas pérdidas.

Sin embargo, este efecto no parece producirse de la misma manera, ni con la
misma intensidad. El empleo se estanca, los salarios se congelan con respecto
a las subidas de los precios y la productividad tampoco aumenta de forma
generalizada.

La IA produce, por el momento menos participación del factor trabajo, salarios
bajos y desigualdades crecientes. No es que la Inteligencia Artificial lleve
consigo, sin más remedio, estos efectos, sino que quienes deciden sobre su
desarrollo apuestan por incrementos rápidos y brutales de los beneficios, en
detrimento de las nuevas actividades y tareas que podrían generarse en
sectores económicos y que contribuyan a una mayor cohesión social.

Estamos hablando de la famosa sociedad de los cuidados, de la que tanto se
habla, en la que tanto puede aportar la IA, pero en la que no podemos tener a
personas sin cualificarlas, sin regular bien sus empleos y con salarios de
miseria. O estamos hablando de la Educación donde las aplicaciones de IA pueden ser muy útiles para atender la diversidad creciente de las alumnas y
alumnos y la disparidad de sus conocimientos.

Los sectores sanitarios, los profesionales de la medicina y la enfermería
pueden contar con mejores instrumentos de diagnóstico, atención, tratamiento
y seguimiento de los pacientes, de forma mucho más personalizada y tomando
en cuenta muchas más informaciones y actualizaciones sobre su trabajo.

Por supuesto, quienes realizan trabajos de precisión en un laboratorio, un
quirófano, una empresa de fabricación de componentes, pueden ver mejorado
su trabajo de forma notable gracias al uso de robots y tecnologías basadas en
la aplicación de la IA.

El único secreto, el nudo gordiano, se encuentra en decidir si priorizamos el
beneficio de los inversores, o si quienes trabajan, consumen, producen y viven
en nuestras sociedades reciben parte de los beneficios en forma de salarios,
prestaciones, beneficios sociales.

La competencia y la competitividad, el beneficio económico, no pueden ser los
únicos factores a tomar en cuenta. Hace tiempo que algunos gobiernos y
organizaciones han intentado poner coto al insufrible desarrollo de esas
tendencias de maximización de beneficios sobre las necesidades y las propias
vidas humanas.

Vivimos en sociedades que han aceptado sin pensarlo dos veces la lógica
absoluta del mercado. Las grandes farmacéuticas, las todopoderosas
corporaciones automovilísticas, industriales, tecnológicas, agrícolas, o
energéticas, utilizan abiertamente la IA para su exclusivo y omnímodo
beneficio.

Para estas corporaciones, infinitamente más poderosas que los gobiernos,
utilizar la IA consiste en programar la desaparición de los seres humanos de los
procesos de fabricación y producción de bienes y servicios. Y no sólo en tareas
mecánicas. Hasta en tareas creativas, o artísticas, los guiones de nuestros
escritores, la imagen de nuestros actores, o los cuadros de nuestros pintores,
pueden ser utilizados indiscriminadamente, sin su consentimiento, sin su
permiso y sin que participen en los beneficios. El ser humano es prescindible
en todos los órdenes.

Nuestros gobiernos corren tras esas grandes corporaciones para que vengan a
sus países, ofreciendo beneficios fiscales, créditos a bajo coste, regalo de
terrenos, disminución y exención de impuestos. Así las cosas, no importa
demasiado si las nuevas tecnologías son más o menos productivas, porque lo
verdaderamente importante es que son un gran negocio.

Así están las cosas en nuestro mundo. Por eso, si pudiera desear algo para el
año que va a comenzar, me gustaría que fuera el año de la inteligencia, sin
adjetivos, la inteligencia para hacer frente al futuro mejorando nuestras vidas.

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