Pinchazos telefónicos

29/01/2024

Josep M. Orta.

El Gobierno se escuda que los pinchazos telefónicos al actual presidente de la Generalitat contaban con la autorización judicial. Es un consuelo saber que en este caso el Centro Nacional de Inteligencia no iba por libre, pero el problema es aún más grave.

Uno se pregunta cómo un juez puede autorizar el pinchazo de un teléfono de un alto dirigente catalán por la intuición de que el actual presidente de la Generalitat podía tener algo que ver con el tsunami e intentar “pescar algo” con la intervención de su teléfono. Evidentemente los servicios secretos españoles tenían un desconocimiento absoluto de la personalidad de Pere Aragonés y el juez que autorizó las escuchas prospectivas es de suponer que tendría que dar alguna explicación, como los pinchazos que autorízó a una treintena de personalidades del mundo nacionalista, entre ellos varios eurodiputados, máxime cuando este espionaje ya le costo el cargo a la anterior presidenta del CNI. Paz Esteban.

Bajo el paraguas de la ley de secretos oficiales se puede crear una inseguridad generalizada con o sin el consentimiento judicial (que en este caso sería lo de menos). Pronto se echó tierra a la denuncia que el propio presidente del Gobierno, la ministra de Defensa y el de Interior también habían sufrido “pinchazos” en sus teléfonos.

Yo dudo que ningún juez autorizara el control del teléfono del presidente del Gobierno o de sus ministros pero sí que tengo la certeza que instrumentos como el “pegasus” u otros similares está al alcance de muy pocas personas y el uso que le pueden dar levanta no pocos interrogantes. Ahora se habla de la “operación Catalunya” donde las investigaciones de nuestros servicios secretos han dado más palos de ciego que aciertos, pero si este escándalo ha aflorado uno también puede sospechar que las intervenciones telefónicas pueden extenderse a otros ámbitos, concretamente a sectores empresariales o al mundo de las finanzas, por lo que la inseguridad puede llegar a muchos sectores.

No es extraño que en determinadas reuniones de alto nivel obliguen a los participantes a dejar sus móviles a la entrada o en la nevera. Y esto cada día es más habitual.

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