El año en que perdimos la confianza pública

30/12/2011

diarioabierto.es.

Este 2012 debe ser el año en que regrese la confianza pública. De todo lo que hemos perdido en los últimos tiempos, quizá sea ese refrendo el que se ha quedado atrás, dormido en el camino. Nos hemos acostumbrado –cómo es posible acostumbrarse a eso, a no ser que regrese, que nunca se haya ido, la España de charanga y pandereta que proclamó Machado- a que salten los casos de corrupción por doquier. Hemos convertido la sospecha en la forma normal de mirar al político, de escuchar sus discursos, de inspeccionar sus gestos, sus salidas, todas sus entradas entre el coche oficial y las dietas de viaje. Hemos visto a la calle reventar, en este 2011, con un movimiento que se ha llamado 15-M y que, aunque muchos, desde la izquierda política y no menos desde la derecha, han tratado de ponerle el cascabel al gato de la indignación ciudadana, lo cierto es que esas miles de personas que en un momento dado salieron –salimos- a ocupar el ancho de la acera no iban contra ningún partido en concreto, sino contra este mal sistémico que alude a la verdad más íntima de nuestra representación. Es como si lo extraño, hoy por hoy, fuera encontrar gentes con la mirada honrada dirigida únicamente al bien común, lejos del reparto del poder y, sobre todo, en el extremo opuesto de cualquier forma de corrupción, penalizada o no, y de provecho.

Acabamos el años peor que al empezarlo: con el yerno del Rey imputado por un presunto delito de corrupción y un significado diputado del PSOE, además secretario de Organización, por el mismo camino y sin pensar ni remotamente en dimitir, a pesar de que varias voces desde el seno del partido ya lo han pedido abiertamente. José Blanco lleva un par de años dando la matraca –probablemente con razón, aunque también tiene que probarse- con la dimisión de Francisco Camps, argumentando que el mero hecho de la imputación le invalidaba para ocupar un cargo de responsabilidad orgánica, nada menos que la presidencia de la comunidad autónoma de Valencia. Al final José Blanco termina convirtiendo en ejemplar la correosa dimisión de Camps, que al final se marchó, para dejar el paso abierto, y sobre todo limpio, al nuevo presidente del Gobierno. Blanco en cambio se enroca, y aquella credibilidad institucional ahora no le importa. Necesitamos políticos honrados: que les importe serlo, y también parecerlo.

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