Microcredenciales, oportunidad o problema

08/05/2024

Francisco Javier López Martín.

No estamos ante algo nuevo. Se les han dado muchos nombres, antes de ser conocidas con esta denominación de microcredenciales. Eran conocidos como módulos, formación complementaria, cursos cortos, microcertificados, microcualificación y hasta píldoras formativas de mayor o menor intensidad.

Utilizamos las microcredenciales para referirnos a procesos formativos cortos que son evaluados de forma rigurosa y que quedan registrados en el expediente formativo y laboral de la persona, de forma que acompañan a lo largo de la vida, que pueden pasar de un puesto de trabajo a otro y que pueden servir para alcanzar cualificaciones, titulaciones, credenciales superiores.

Ha sido el estallido de la Cuarta Revolución Industrial, con sus componentes de digitalización, el uso de nuevas tecnologías, la robotización, la nanotecnología, el internet de las cosas y eso que hemos denominado inteligencia artificial, lo que ha permitido una expansión generalizada de esas microcredenciales.

De pronto necesitamos que los trabajadores de un país, ya sean nacionales, inmigrantes económicos, refugiados, adquieran las habilidades y conocimientos necesarios para lidiar con todo esos nuevos puestos de trabajo que van surgiendo y con las cualificaciones que requieren.

Todos los países europeos han realizado este esfuerzo de combinar procesos formativos tradicionales, más amplios, reglados y que conduce a titulaciones más amplias, con el desarrollo de las microcredenciales. Alemania, Países Bajos, Noruega, Suecia, Irlanda, Francia, Estonia, Croacia y otros muchos países europeos se han embarcado desde hace décadas, o más recientemente, en la reflexión y el desarrollo de esa formación.

España no se ha quedado atrás en este trabajo. Nuestro desarrollo legal en materia de Formación de Adultos apuesta por la introducción de los microcréditos en la formación reglada, estableciendo criterios de duración, impartición y calidad que permitan acceder a microcredenciales.

Este movimiento ha sido tan intenso que hasta los agentes tradicionales de formación especializada, como las universidades, han terminado por ofrecer este tipo de cualificación bajo la denominación de seminarios, MOOCs, talleres, jornadas, en el marco del desarrollo de la Formación Permanente.

Esta microformación, microcréditos, microcredenciales, o como queramos llamarlo, actúa también como campo de experimentación para experimentar con cualificaciones que aún no son formales, que aún no se han revelado como necesidades formativas, o que incluso no han aparecido en el escenario laboral, pero que ya se intuyen en el desarrollo productivo.

Las universidades, los centros de formación profesional, de educación de personas adultas, en relación con municipios, empresas e instituciones cuya actividad se centra en la formación y el empleo, se convierten en instrumentos decisivos para que las microcredenciales se conviertan en instrumentos útiles para las personas, su empleo y para las propias empresas.

Sin embargo no todo es oro en las microcredenciales. Para empezar, se han convertido en campo de negocio y objeto del deseo para muchos especuladores que ofrecen formación que conducen a certificaciones que carecen de validez a la hora de acceder a un empleo, o como medio para conseguir  el futuro reconocimiento de titulaciones más amplias.

Otro de los problemas estriba en la falta de ordenación de este tipo de formación a nivel europeo. Cada país hace de su capa un sayo. El registro y reconocimiento de las certificaciones obtenidas con las microcredenciales es muy dispar. Su relación con los centros de formación o con las universidades tiene grados muy distintos de desarrollo. Queda mucho que avanzar para que la formación adquirida en procesos de formación cortos, en un país, tenga validez y reconocimiento en otro.

Las micocredenciales en estos momentos se pueden convertir en una oportunidad para vincular la formación flexible e innovadora con los programas formales de formación. Las microcredenciales, además, nunca podrán sustituir a la formación reglada de una universidad, o de un centro de formación profesional.

Lo que sí pueden conseguir es hacer más ágil y flexible el sistema de formación, de forma que se adapte más fácilmente a realidades cambiantes. Pero la condición es que Europa se ponga a trabajar en compartir experiencias, unificar criterios y compartir unos mismos lenguajes y unas mismas prácticas que permitan el reconocimiento mutuo de cualificaciones en todo el ámbito de la Unión Europea.

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