Del ‘pintamonismo’ y otros excesos

11/01/2012

diarioabierto.es.

A pesar de que uno ha rebasado esos cuarenta y cinco años que, según un estudio, marca el umbral del deterioro cerebral aún conserva memoria para acordarse de Santa Bárbara sin necesidad de que truene. En estos días aciagos de recortes, crujidos impositivos y varapalos salariales no está de más recapitular sobre el perímetro facial que gastan algunos políticos ya sea en ejercicio de su cargo o calentando banquillo. No conocí al Venancio del son cubano pero aún así me tomo la libertad de aludir al cambio de esos tiempos, no tan lejanos, del oropel y el despilfarro. Incluso los hay que aun hoy, ahogados por la crisis, se autoerigen esculturas de veinticuatro metros de altura que debe ser, a escala 1:1, el tamaño de su desvergüenza.

Antes de ello dilapidaron treinta millones de euros en publicitar un aeropuerto sin aviones pero eso, y mucho más, no es óbice para que se siga en un puesto de responsabilidad regional en el partido que gobierna este país o te siga tocando la Lotería. Por cierto, tantas veces que no se descarta que también tenga a sueldo a los niños de San Ildefonso. Cuando se inaugure ese monumento, cuya placa rezara, a buen seguro, ‘Castellón a don Carlos el Multiimputado’, se habrá hecho justicia. Porque de justicia es saber que ese no será un monumento a un prohombre sino un recordatorio megalómano de una forma de entender la gestión de lo público. Sin llegar a estos excesos ejemplos hay para elegir entre quienes anteponen su vanidad a sus obligaciones.

¿Alguien puede olvidar la foto de Camps conduciendo un Ferrari azul metalizado por el circuito de Valencia con Rita Barberá de copiloto? ¿Tiene esta versión horchatera de Thelma y Louise algo que ver con el remoloneo del Gobierno valenciano a la hora de suprimir el GP de Fórmula I? ¿Cabe pensar que para un gobernante es más difícil renunciar a salir en un informativo junto a Fernando Alonso que despedir a investigadores del Príncipe Felipe como ya se ha hecho? A las pruebas me remito. Todavía se lo están pensando cuando ya ni siquiera es una cuestión de economía sino de pura ética y estética.

Y no cabe equiparar estas alegrías con el dinero de todos a las mandarinas en el sentido de que son autóctonas de Valencia. Son demasiadas ‘anécdotas’ para no elevarlas de una vez a categoría aunque lo llamen demagogia aquellos que no tienen más aguaplast que ese para tapar tanta desfachatez. Qué decir de los 400.000 euros que se gastó en las Navidades del 2007 por media hora de fuegos artificiales frente al Palacio del señor Gallardón o un año después, cuando ya la recesión la olían todos menos Zapatero, los 200 millones de las añoradas pesetas que pagamos a escote los madrileños en nombre de Esperanza Aguirre para la inauguración del Teatro del Canal. Un fasto que contó hasta con la actuación de Nacho Cano. Mientras él tocaba los teclados a dos manos los invitados hacían lo propio con los canapés de caviar.

Y como este ‘pintamonismo’ ni entiende de geografías ni discierne entre partidos mayoritarios recordar por último aquel mítico proyecto del Plan E auspiciado por Zapatero en el pequeño pueblo soriano de Monblona. Allá por octubre de 2010 se emprendió un plan pionero de informatización de la localidad bajo el epígrafe “suministro de ordenador portátil y equipo digital de ofimática multifunción”. Lo que viene a ser un ordenata y una impresora de toda la vida. Pues bien, el montante ascendía a unos tres mil euros entre una cosa y otra pero, he ahí el elemento diferenciador de esta iniciativa pionera, es que la valla que lo anunciaba, de doce metros cuadrados, costó 1.500 euros. Todo para decir que la obra estaba financiada por el Gobierno de España. Es decir, como si José Luis hubiese pasado el gorro del Barça a modo de cepillo entre los miembros de su Consejo de Ministros. Hasta aquí más de un botón que muestra que crisis hay pero desparpajo no falta.

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