Resulta sorprendente como en poco tiempo hemos pasado de pagar todo en metálico, a después convivir el pago en efectivo y el pago “en diferido”, para ahora llegar al punto de querer matar el “cash”. Y la cosa se está poniendo seria porque ya hay comercios en los que el pago en efectivo está prohibido… Algo ilegal, por cierto, pero, ¿hasta cuándo?
Es evidente que la sociedad va cambiando conforme sus necesidades y sus posibilidades también lo hacen, sin embargo, tendemos a acelerar demasiado, a querer adelantarnos a lo que parece inevitable, quizá por miedo a que pueda no llegar a serlo. O quizá porque tememos perder el control. Todo cambio implica esfuerzo por parte de ciertas personas a las que les cuesta más moverse tras muchos años siguiendo una misma rutina, y no nos damos cuenta de que ir demasiado rápido puede hacer que mucha gente se quede atrás.
Y a pesar de todo, pienso que esta imperativa necesidad de acabar con la posibilidad del pago en efectivo no es una tendencia natural. De todas las personas que conozco, incluso contándome a mí misma, ninguna estamos realmente a favor de cortarnos a nosotros mismos la posibilidad de elegir cómo queremos gastar nuestro dinero. ¿La tarjeta es más cómoda? Sí. ¿Bizum, los wallets…? También.
¿Y qué?
En la Antigua Grecia existía el dios Hermes, el mensajero de los dioses que recorría el mundo a toda velocidad llevando “cartas divinas” aquí y allá. Con sus sandalias aladas, era capaz de sobrevolar el mundo con tal rapidez que te daría la impresión de que ni siquiera se había movido de tu lado. Además, Hermes era un dios muy pícaro e inteligente al que no le importaba hacer trampas y buscar las cosquillas de todo el mundo para sacar algún beneficio o, simplemente, echarse unas risas.
Y, madre mía, la tarjeta de crédito parece que tiene las alas de Hermes.
Cuando estás tan habituado a utilizar el pago “invisible”, aquel en el que no tienes que contar el dinero que vas a entregar, sino que simplemente pasas un sensor y la máquina hace el “check” por ti, puedes llegar a perder el sentido del valor del dinero y también es más difícil ser consciente de cuánto gasto estás acumulando. Porque a final de mes, si es que el gasto no se descuenta de inmediato de tu cuenta corriente, terminarás perdiendo un pico importante de tus ahorros. Y puede que aquí esté la clave de por qué últimamente hay tanto bombo y globos sonda sobre la idea de eliminar el dinero en metálico de la circulación: no es por la lucha contra el fraude (¿todavía alguien se cree eso?), ni tampoco para hacernos la vida más cómoda, sino para facilitarnos la vía para que gastemos sin mesura, para que el límite que todos nos ponemos se desdibuje ante la suma de una compra semanal, de una pequeña compra impulsiva y de un “no, no, que a esta te invito yo”.
Seamos claros, aquí nadie va a velar por nosotros, y si la tarjeta, el Bizum o lo que sea tiene las veloces alas de Hermes, no te quiero ni contar quién ha heredado su picaresca y mala leche.
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