El invierno que no llega

16/01/2012

diarioabierto.es.

Te hubiese encantado este invierno. Porque no hay invierno. Vivimos en un constante “sol y nubes” (como a ti te gusta), apenas llueve… ya ni la lluvia viene para traerme tu recuerdo. Así vamos.

Ayer vi a unas chicas. Ella era morena y flaca. La otra igual de flaca, rubia y de pelo ondulado. Se miraban sin separar sus manos. En mitad de la acera, en pleno centro de Barcelona. La morena la miraba mientras trataba de acariciarle la mejilla y la rubita se dejaba querer solamente, pero con una dejadez plomiza y a la vez repleta de ilusión y ganas. Tal vez la morena le pedía perdón a la rubia por cualquier cosa. El caso es que, vino a mi memoria aquel día:

Te habían dado la 5ª sesión de quimioterapia y me decías que se te hacía insoportable estar postrado durante tantas horas en aquella camilla. Me decías que había en tu planta, una chica que parecía ser morena, pero a la que apenas le quedaba ya pelo (seguramente había pasado por más sesiones que tú). Que esa chica te recordaba a mí, no por su enfermedad, sino por lo que emanaban sus ojos. Y que iba a verla una chica rubia con el pelo ondulado y muy largo. Me contabas que era lo único que te entretenía en las horas de espera, enganchado a aquella máquina. Mirar a las chicas. Mirar la mano de la chica rubia sosteniendo la mano de la chica morena sin pelo. El amor que presentías que sentían, al mirarlas, y que se filtraba por cada uno de los rincones de la sala. Y que a ti te llegaba ese amor y que parecía hacer más fuertes a tus células vivas.

Se va a morir -me decías. Es que se va a morir y se va a quedar la chica rubia sola. Joder. Puta vida. Y yo te respondía: ¿y si no se muere? hay que confiar en la medicina y en la vida. Y tú te reías. Me decías: mañana me llevo la guitarra y les toco algo allí, me da igual si se sienten incomodas o no. Quiero tocarles algo, componer una canción improvisada para ellas.
Y allí que te fuiste con la guitarra. Pero no pudiste tocar nada, ése día te empezaron los vómitos y no parabas. Los médicos te decían que era la quimio, que no la estabas aceptando nada bien pero que no podían hacer otra cosa. Y tú en silencio me decías: haré quimio solo por ver a esas muchachas, pero odio con todas mis fuerzas esta cura que me mata.
Si aquello te ataba un poco a la vida, bienvenido era. Si eso le daba un poquito de luz a tu mundo oscuro e injusto, si aquello te abría puertas a la esperanza, bienvenidas eran aquellas chicas con su amor.

El día que te recogí del hospital y pedimos un taxi, estabas muy serio (más que otras veces) y muy distante y muy apagado. Como si alguien hubiese hecho «click» dentro del interruptor de tu cabeza y te hubiese desconectado. Me acuerdo perfectamente que en la radio sonaba «La chica de ayer» y que ni la tarareabas entre dientes… ¿Qué te pasa? te pregunté. Me pasa que es una mierda todo -dijiste- estos escalofríos, este mal cuerpo. Esa muchacha morena tiene a alguien que le sujeta la mano, casi cada día, mientras ella se muere en vida. Joder. Y piensan que se van a salvar. Pero no. A esa chica no le queda apenas vida, lo he visto en sus ojos. Se está muriendo poco a poco y yo no sé qué hace ahí recibiendo sesiones. No lo entiendo. La están apagando más.

Yo callaba. Tú te desquitabas toda la impotencia conmigo y yo lo comprendía. Necesitabas hacer eso para encontrar un sentido a la muerte.
Decías: Se quieren tanto, joder. Yo al menos, estoy solo. Solo tengo una amiga que se queda a mi lado, aún con toda la mierda que llevo encima. Y me alegro de no tener a nadie sujetando mi mano. Me alegra poder morir solo, porque nadie merece verme morir y llevar eso a sus espaldas. Bastante hay con vivir. Y esa chica se muere. Se muere… lo sé.
Traté de tranquilizarte. Y te di un abrazo de costado, y un beso en la cara. Sabiendo que tenías razón, que morirte cuando tienes toda la vida por delante era un tremendo chasco y que esa chica posiblemente moriría como lo harías tú. Y también era una santa mierda.

Recuerdo que pasados unos días te acompañé y en los pasillos nos cruzamos con las dos chicas. No pudiste evitar, creo, hablarles. Ellas, muy amables nos atendieron. Le dijiste que hace tiempo que las mirabas y que te enternecía el amor que se demostraban. Ellas sonrieron, sin palabras.

Luego añadiste que todo saldría bien (tratando de engañarte a ti mismo y a tus pensamientos) y que si salía mal era para odiar a la vida y a los sueños. La cara les cambió y entonces empezaron a hablar: ¿cómo salir mal? ¿el qué?. Tú parecías perdido y dijiste: sí, bueno, ella está enferma y ya sabemos que el resultando de la quimio depende también de lo avanzado y extendido que esté el… Recuerdo cómo la chica rubia te interrumpió: si tratas de decir que mi novia se va a morir estás equivocado. Se va a salvar porque para eso está haciendo el tratamiento.

Y ahí quedó todo.  Se alejaron enfadadas y me miraste emocionado y al borde del llanto, sabiendo que la habías cagado por tratar de hacer ver la realidad, una realidad que todos odiamos.

Cuando llegamos a tu sesión, te dije: No puedes decirle a la gente lo que piensas. No puedes hacer eso. Y tú me mirabas mientras la quimio vencía a tus células malas y me decías: solo quería hacerle ver la realidad y que supiera que sé donde estamos… y lo que nos puede esperar.

No puedes -te dije- no puedes decirle a alguien que ama a otra persona, que esa persona se va a morir, cuando cree con todas sus fuerzas que se salvará.

A los pocos días la chica dejaba de acudir a las sesiones. Nos llegaron noticias de que la chica morena había fallecido en su casa, el tumor estaba tan extendido que sus órganos vitales comenzaron a fallarle. Nada se pudo hacer. Se fue en cuestión de semanas.

Y me miraste con la cara envuelta en rabia y dolor y arrepentido de haber tratado de decirle una verdad obvia pero que nadie realmente deseaba.

A los pocos meses morías tú. Ya ves que injusta es la vida. Y aunque nadie te avisó, yo había visto la muerte dibujarse en tus ojos muchos días antes.

Y al ver hoy a esa pareja llena de vida, dándose amor en una acera de Barcelona, me he acordado de ti y me hubiese gustado ver también a alguien parecido a ti.  Con los pantalones vaqueros que tu gastabas y  la americana por encima del hombro, dirección a un trabajo en el que no eres realmente feliz (pero algo es algo), envuelto en crisis financiera como todos y sin apenas llegar a fin de mes, pero con ganas de llegar a tu casa para tocar la guitarra y para tratar de ser feliz con las pequeñas cosas que a ti te gustaban

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Un pensamiento en “El invierno que no llega

  1. Me ha emocionado esta historia que ayer leí y me dejó sin palabras, por ese motivo te dejo este comentario hoy tras volver a releerla emocionándome de nuevo. Un saludo Susana.

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