Córdoba, donde pecar y ser absuelto

19/11/2024

Carmen Duerto.

Se acaban de entregar en Córdoba los nuevos Soletes de la Guía Repsol.

Los Soletes, que entrega la guía gastronómica Repsol, son una distinción justa y necesaria porque premian esos establecimientos que conservan las tradicionales, que suelen ser familiares y que son asequibles. Son unos reconocimientos relativamente jóvenes, nacieron durante la pandemia. Y en esta época donde los premios se multiplican como setas de otoño, poner en valor las señas de identidad de un país resulta justo y necesario. Como bien dice, María Ritter, directora de la Guía Repsol “son los guardianes de los sabores, pero los olvidados de los premios. Los Soletes son el reconocimiento a los comercios de la calle que conectan con la gente y les muestran nuestra gastronomía. Son el corazón de la guía Repsol”.

Un Solete es tan humilde como su trofeo, un plato blanco de postre con un Sol sonriente impreso. En su décima edición se han entregado en Córdoba, ciudad Patrimonio de la Humanidad, desde 1994, y con el tercer monumento más visitado de España, la Mezquita Catedral. Dos millones de visitantes la disfrutaron el año pasado. Y de esas personas, algunas a lo mejor hicieron noche en la ciudad, pero lo que es seguro es que todas comieron, merendaron o cenaron en Córdoba y en esos establecimientos que frecuentaron, ya sean tabernas, bares, restaurantes, pastelerías o bodegas hay un Solete esperando. En esta ocasión, la familia soletera aumentó con trescientos nuevos establecimientos, repartidos por toda España,  y se quiso rendir homenaje a la Solera con mayúsculas. Y qué mejor lugar que Córdoba, con su pasado judío, visigodo, romano, cristiano y andalusí. Eso sí que es Solera.

La gastronomía es un puntal y premiar con un Solete a una bodega como la de Guzmán, que es la tercera generación, resulta un acierto. Rafael Guzmán es el único que queda en la ciudad que vende vino de Montilla a granel, 3,50 € el litro. Y si le apuras, hasta te permiten que dejes tu barril en su santuario para que coja solera. Su parroquia es fiel a la llamada del aperitivo. Acompañan la rica y fresquita copa de Montilla con una morcilla ibérica, un chorizo con tomate o un queso curado, que se te caen las lágrimas de emoción, las que se le cayeron al rey Emérito cuando pisó ese templo.

También la Taberna Rafaé, la más antigua del barrio de la judería, en pleno casco histórico y turístico, es de visita obligada por su rabo de toro y sus berenjenas sefardíes rebozadas que alegran con miel de caña, 10,40€. Espectacular y de darle la vuelta al ruedo. Casa Rubio que no se queda rezagada y es justo su Solete. En su azotea con vistas a una de las puertas de la ciudad amurallada, la de Almodóvar, se puede disfrutar de uno de los mejores salmorejos, tomate, aceite virgen extra, ajo, sal y pan, que se pueden probar en la comarca, pero siendo bueno, lo que es para ponerle un piso con vistas al Guadalquivir, es su mazamorra.

Si hay algo único de Córdoba, es esa exquisita crema blanca; pan duro, almendra, aceite, sal, vinagre, agua y ajo. Que conste que en Casa Rubio lo llevan al nivel superior al añadirle uvas pasas maceradas en vino dulce. Eso es bocado celestial y que me perdonen los puristas, pero estoy en Córdoba, crisol de culturas, y por ello, permisiva con las licencias de la lujuria y de la gula.

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