Este otoño es tiempo en que algunos partidos celebran sus congresos. El cúmulo de problemas naturales y judiciales ha propiciado esta vez que los preparativos de estos acontecimientos hayan perdido buena parte del protagonismo.
Los trabajos precongresuales acostumbran ser tan intensos como opacos para que este gran acto publicitario que representa este acontecimiento todo salga como está previsto, incluso en numerosos casos se pacta la disidencia para que no parezca un congreso a la búlgara. Las formaciones que tienen serios problemas internos, como es el caso del PSOE, prefieren que los platos sucios se laven en casa y de cara a la galería cierran filas en torno a su líder y aprovechan para lanzar todos los dardos envenenados contra la oposición externa.
Al fin y al cabo, los nuevos o viejos cargos electos serán los encargados de confeccionar en su momento las futuras listas electorales y es conocida la frase de “quien se mueva no sale en la foto”. El objetivo no es tanto resolver los numerosos problemas internos que puedan tener, sino transmitir a la sociedad un liderazgo fuerte, un proyecto sólido y propuestas atractivas para que sus votantes sigan confiando en ellos y si puede ser aumentar su espacio electoral.
Los congresos no dejan de ser un gran anuncio en los que se aseguran una gran presencia mediática, en definitiva publicidad pura de cara a la galería.
Claro que los problemas internos que deberían resolverse en los congresos se enquistan y a tarde o temprano afloran con una mayor violencia y desgaste del que se hubiera producido si estas divergencias se hubieran planteado en donde se debían planear, o sea en su congreso y una vez resueltas con ganadores y perdedores cerrar filas con lo acordado (curiosamente cuando mayores son las discrepancias más altas son los gritos de “unidad, unidad”).
No siempre es así, aun cuando los partidos llegan con serios enfrentamientos en sus congresos, con diferentes candidaturas con proyectos muy distantes, estrategias diferentes y liderazgos discutidos. Son congresos, como el de ERC, en el que hay vencedores y vencidos e incluso pueden saldarse con escisiones, pero en cualquier caso la dirección saliente tiene una línea de actuación clara y un mandato concreto respecto a la línea a seguir. Claro que estas situaciones se dan en pocos casos y en las formaciones que afrontan su congreso envuelto en una profunda crisis interna y social y normalmente tras un serio castigo en las urnas.
Y a nadie se le escapa que del resultado del congreso de ERC puede depender la gobernabilidad del país.
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