Donald Trump es un hombre de negocios y aunque los suyos particulares no se puede decir que le hayan ido demasiado bien, en su nueva posición no puede olvidar sus orígenes y pretende aprovecharse de las oportunidades que le da el actual cargo para convertir el mundo en un gran mercado del que pretende sacar grandes beneficios.
Ahora reclama que los países europeos aumenten sensiblemente sus inversiones en armamento, lo que no significa otra cosa que aumentar considerablemente las ventas de la industria armamentística norteamericana.
Por otra parte, fiel a su promesa de acabar con los conflictos de Ucrania y Palestina también pretende sacar una buena tajada de sus propuestas de solución a estas guerras.
En Ucrania no sólo pretende recuperar con creces las ayudas que ha dado sobredimensionando sus aportaciones sino incluso expropiando la mitad de los beneficios que – en el supuesto que se acabe el conflicto – apropiándose de la mitad de los beneficios que puedan generar las apreciadas “tierras raras”. Para más inri pretende crear empresas con los rusos para también explotar las zonas ocupadas y que da por sentado que seguirán integradas a Moscú. Además, acusa abruptamente a Zelenski de no saber de negocios.
No está lejos de este modus operandi su oferta de comprar Groenlandia, tierra rica en minerales por explotar y con una privilegiada situación geográfica estratégica, o la peregrina idea de reconvertir Gaza en un resort de lujo propiedad de los estadounidenses.
En un plis plas, Trump ha roto el orden internacional sólo con amenazas. La última insinuar que Estados Unidos abandone la OTAN y las Naciones Unidas y dejar al mundo con solo dos zares: El su equipo de oligarcas y su amigo Putin (a la espera de ocuparse de China, pero todo a su tiempo). Lo dejó claro en su entrevista con Zelenski. La moral, la solidaridad, derechos humanos y el respeto de las reglas del juego son términos que no figuran en su diccionario.
Pero además esta revolución también se produce a nivel interno, en el que Musk emplea la motosierra destruyendo no pocas instituciones de Estado e invitando a dimitir a miles de funcionarios y depurando o censurando al que no comulgue a pies juntillas con sus designios.
De momento tiene al mundo amedrentado que además ha tomado buena nota su pretensión de cambiar la Constitución americana para permitirle un tercer mandato (también lo hizo Putin en su día) y propiciar eternizarse en el poder, reducir el papel del estado y tener las manos cada vez más libres para crear una dictadura empresarial sin que nadie se atreva a toserle.
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