La palabra frente al grito

19/01/2012

diarioabierto.es.

Ningún personaje como Fraga para invitar a traspasar esa débil frontera que separa a menudo el ditirambo de la provocación ya sea ésta consciente o inconsciente. Es posible que sin los floridos adjetivos de quienes le tenían por un prohombre de la democracia se hubieran rebajado los excesos verbales de quienes simplemente le tildan de sicario del franquismo. Tampoco es principal afán hallar el término medio en busca de la virtud más aún en asuntos que tienden más a la víscera que al raciocinio. La Historia precisa de una digestión que va más allá de las tres horas prescritas por las madres de antes para volver a bañarnos. Sin embargo sesenta años en el poder o cerca de él dan de sí para concluir que la legítima evolución humana y política del ser humano no implica el destierro de la memoria sobre sus actos.

Fraga no fue solo ministro de una Dictadura pero también lo fue. Por eso estupefacta que el actual presidente del Gobierno, en ese escenario al que aludía de exaltación literaria, incluyera en su obituario esa ‘pasión por la libertad’ que se compadece poco o nada con quien ayudó a coartarla a veces de manera brutal. No deja de ser llamativo que ese perdón a las víctimas que hoy se reclama como vital para dar carpetazo a la sangrienta tiranía de ETA no sea exigible, por los mismos, a quienes coadyuvaron a convertir la represión en santo y seña de una España grande y libre. En don Manuel no hubo arrepentimiento. Es más, uno intuye que más que pelear por unos nuevos tiempos se adaptó a que los irremediablemente venían. El papel de Adolfo Suárez en la Transición, como resulta obvio, lo desempeñó Adolfo Suárez.

No Manuel Fraga a quien se le reconoce el mérito de reconducir a la derecha más recalcitrante a la senda del juego democrático por mucho que, todavía hoy, muchos lo lleven con más resignación que convencimiento. El autoritarismo es en sí una ideología que no entiende de derechas o de izquierdas porque en ambas orillas tiene cabida. No resulta pues casual la condescendencia que Fraga mostró con el régimen castrista porque en estas personalidades empapadas de dogmatismos a veces lo que menos importa es el color de la orden sino que la obedezcas a ciegas.

A Fraga lo hemos conocido en los padres que no dejan salir a las hijas con faldas por encima de la rodilla o en los profesores que imponen ecuaciones pero no las explican o en los jefes que justifican una decisión en el ‘porque lo digo yo’. Y por ello, con independencia del hueco que le reserve la Historia, por muchas calles que se le dediquen, por rimbombantes que sean los epítetos que se improvisen a su figura, uno se sigue quedando con el valor de la palabra frente a la estridencia de los gritos.

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