El pasado 8 de mayo, tras varios días de intenso cónclave, el Vaticano anunció la elección de Robert Francis Prevost como el 266.º sucesor de San Pedro. La esperada fumata blanca emergió de la Capilla Sixtina, señalando al mundo la elección del nuevo Pontífice. Bajo el nombre de León XIV, Prevost asume el liderazgo de la Iglesia Católica en un momento clave de su historia. Con esta elección, se marca un hecho histórico: por primera vez, un estadounidense se convierte en Papa.
La muerte del carismático papa Francisco marcó el inicio de una nueva etapa de atención mundial sobre el proceso de elección papal. El Vaticano, a través de su sitio oficial, proclamó el tradicional “Sedes Vacans” —la sede vacante—, señalando el inicio del proceso sucesorio en la que sigue siendo, en la práctica, la última monarquía absoluta de Europa.
Este sistema de elección, con casi dos mil años de historia, ha evolucionado entre bulas papales, reformas sucesivas y numerosos episodios de caos. Pero, ¿por qué se elige al Papa de esta manera? ¿Qué es exactamente un cónclave y cómo se desarrolla? ¿Cuándo se definieron las reglas actuales? A continuación, repasamos sus claves.
Un proceso antiguo, pero aún en evolución
El método actual para elegir al Papa, aunque se basa en tradiciones muy antiguas, ha sido objeto de ajustes a lo largo del tiempo. Si bien el papa Francisco no modificó las normas electorales, sus predecesores sí lo hicieron. Juan Pablo II y Benedicto XVI introdujeron cambios significativos.
Actualmente, el cónclave debe comenzar entre 15 y 20 días después del fallecimiento del Papa. Sin embargo, una modificación impulsada por Benedicto permite adelantar el inicio si todos los cardenales electores ya se encuentran en Roma y lo acuerdan.
¿Quién elige al Papa?
La elección del nuevo Pontífice recae en los cardenales, la más alta dignidad eclesiástica después del Papa. Son designados por el propio pontífice y forman parte del Colegio Cardenalicio. Pero no todos tienen derecho a voto: solo los menores de 80 años pueden participar en el cónclave.
Actualmente, de los 252 cardenales existentes, 133 son electores (inicialmente eran 135, pero dos renunciaron por razones de salud). Una vez iniciado el cónclave, los cardenales quedan completamente aislados en el Vaticano, sin acceso al mundo exterior ni a medios de comunicación, hasta que se elija al nuevo Papa.
El ritual del cónclave
El cónclave se desarrolla en la Capilla Sixtina, un escenario cargado de simbolismo. Allí, los cardenales juran mantener el secreto sobre todo lo que ocurra durante el proceso. Luego se pronuncia el solemne “extra omnes” —todos fuera—, y se cierran las puertas. De ahí proviene el término «cónclave»: del latín cum clave, “con llave”.
Las votaciones son secretas. El primer día se celebra una sola, y a partir del segundo, cuatro al día. Para elegir Papa se requiere una mayoría de dos tercios: con 133 electores, al menos 89 votos. Tras cada votación, las papeletas se queman. Si no hay acuerdo, el humo que sale de la chimenea es negro. Si hay un elegido, el humo es blanco: fumata bianca.
Una historia de caos, disputas y reformas
El proceso papal no siempre fue tan estructurado. En los primeros siglos del cristianismo, las elecciones eran informales y participaban incluso los laicos. El papa Fabián, por ejemplo, fue elegido en el año 236 después de que una paloma se posara sobre su cabeza, un hecho considerado signo divino.
Con el tiempo, los conflictos entre distintas facciones, tanto eclesiásticas como laicas, provocaron la aparición de antipapas y periodos de confusión como el Gran Cisma de Occidente (1378–1417), cuando llegaron a coexistir hasta tres pontífices.
Uno de los episodios más insólitos fue la elección tras la muerte de Clemente IV en 1268. El cónclave duró casi tres años —34 meses—, debido a la falta de consenso entre los cardenales franceses e italianos. Las autoridades de Viterbo, hartas del estancamiento, encerraron a los cardenales, redujeron sus raciones de comida, e incluso —según una leyenda— quitaron el techo del palacio. Finalmente, el sistema resultó tan efectivo que el papa elegido, Gregorio X, lo institucionalizó en 1274 con la bula Ubi periculum.
El origen de la fumata
La icónica señal de humo blanco es una innovación relativamente reciente. En el pasado, las papeletas se quemaban simplemente para evitar su mal uso. Durante el cónclave de 1800, el público comenzó a interpretar la presencia o ausencia de humo como indicativo del resultado de la votación.
La fumata blanca, tal como la conocemos hoy, se estableció en 1914 y se ha convertido en una de las tradiciones más reconocibles del Vaticano. Aunque hoy bastaría con un comunicado oficial o un tuit, el ritual se conserva como parte esencial del simbolismo e identidad del proceso.
Una tradición viva
Como ocurre con muchas instituciones antiguas, el sistema de elección papal es una tradición en constante evolución. Las reglas, los plazos y las formas pueden cambiar, pero el objetivo se mantiene: elegir a quien guiará a más de mil millones de fieles en un mundo cambiante.
El legado del papa Francisco ha dejado una huella profunda, difícil de igualar. El nuevo Papa, quienquiera que sea, tendrá ante sí el desafío de continuar esa misión en un tiempo cargado de desafíos y esperanzas.
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