Lo llaman Inteligencia Artificial (AI) y tiene aterrorizada a media humanidad. Hay quien habla de nuevas y grandes expectativas para nuestras vidas. Todos somos conscientes de que hay muchas cosas que serán más fáciles si recurres a ella, pero un porcentaje muy alto de la población teme por sus puestos de trabajo, por sus inestables condiciones de vida.
Una parte importante de los miedos que se han ido instalando en nuestras vidas, de las resistencias a los cambios, del auge de los ultraderechistas, tiene que ver con los cambios acelerados, e incomprensibles para mentes de dimensiones humanas, que se vienen produciendo como efectos indeseables de la globalización, o de los nuevos desarrollos tecnológicos.
Más de la mitad de los actuales puestos de trabajo pueden verse modificados, o incluso pueden desaparecer en los próximos años, con el avance de la inteligencia artificial. Ya hace más de 150 años Carlos Marx y su amigo Federico Engels, siguiendo a algunos pensadores del momento, esbozaron la profecía de que muchas fábricas podrían ser totalmente automatizadas.
Las revoluciones industriales a las que hemos ido asistiendo, siempre terminaban produciendo nuevas actividades, nuevos trabajos, creando nuevos empleos. Ahora, sin embargo, con esta última revolución industrial, no tenemos ni idea de los efectos que va a tener la computación cuántica, la generalización del uso de la inteligencia artificial, el internet de las cosas.
El problema para algunos es que ahora no serán sustituibles tan sólo tareas mecánicas y monótonas. Un proyecto arquitectónico, una demanda judicial, una sentencia y todo tipo de tareas complejas podrán ser realizadas por máquinas que aprenden de sus errores y se adaptan a nuevas circunstancias.
No son pocas las personas que recurren ya a la Inteligencia Artificial (AI) para tomar decisiones sobre sus vidas, como si se tratara de una consulta psicológica. O reclaman al Chat decisiones sobre precios recomendables que pueden cobrar a cambio de la prestación de servicios. O planifican viajes, con sus estancias correspondientes, alojamientos, desplazamientos, recurriendo a la AI.
En una charla reciente, durante la presentación del libro El trabajo se transforma, en las Hermandades del Trabajo, fruto del seminario organizado por la Fundación Pablo VI, me pedían que esbozara algunas ideas que pudiéramos trasladar a los jóvenes asistentes. A fin de cuentas, van a ser ellos los que lidiarán con el mundo que se avecina.
Sólo se me ocurría decirles que hemos hecho cuanto hemos podido, como la mayoría de las generaciones que nos han precedido. Hemos acertado en algunas cosas y nos hemos equivocado en otras tantas. A estas alturas ya poco podemos hacer. Como mucho intentar, cual replicantes de Blade Runner, que nuestros momentos no se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Ahora son los jóvenes los que toman el relevo en la transformación del mundo que les vamos dejando. Ahora son ellos los que tienen que poner en vigor, en acción, valores como el trabajo, el esfuerzo, la ética. A fin de cuentas, como bien nos ha recordado Leopoldo Abadía, no se trata tanto del mundo que dejamos a nuestros hijos, sino de qué hijos dejamos al mundo.
Y en eso, me atrevo a conjeturar, hemos sido descuidados. Hemos estado muy atentos a que nuestros hijos fueran a “buenos” centros educativos, que considerábamos de alto rendimiento y satisfactorios. Como buenos “padres sindicalistas” les hemos enseñado derechos, pero pocas obligaciones. Han interiorizado qué debe hacer España por ellos, pero no que pueden hacer ellos por España.
Les hemos inculcado mucho amor al dinero, no importa a qué precio lo consigan y grandes dosis de amor al poder, aunque sea el efímero poder de un influencer que no será recordado desde el mismo momento en que deje de soltar chorradas por las redes sociales.
Nuestra juventud no es mejor, ni tampoco peor. Nuestros jóvenes no se encuentran mucho mejor formados, ni peor tampoco, que los que vinieron antes, pese a lo que se empeñen en decirnos algunos. La formación, a fin de cuentas, no consiste en haber echado más horas de colegio y actividades extraescolares. La formación consiste en haber aprendido a interpretar el mundo en el que vivimos y tener la capacidad de transformarlo, reescribirlo, para mejorarlo, para que sea más vivible.
Todas las generaciones portan este conocimiento interior, estas mismas demandas y convicciones. Unas generaciones lo aprovechan y lo ponen en valor y otras lo dilapidan. La juventud del aquí y el ahora sabrá jugar sus cartas y asumir sus retos con mejor o peor fortuna, como nos ocurrió a nosotros.
Una de las lecciones que tendremos que aprender es que la Inteligencia Artificial, a fin de cuentas, nos conducirá por el camino que nuestra inteligencia natural sea capaz de abrir.
Son cada vez más los científicos, los pensadores, los artistas, los maestros, militantes y misioneros (remedando el título de la tesis de mi amigo Alejandro Tiana), que nos alertan sobre el hecho de que lo preocupante no es tanto la inteligencia artificial, como la carencia y el retroceso de la inteligencia natural.
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