La sombra de Carlos Pujol

20/01/2012

diarioabierto.es.

Muere Carlos Pujol, un escritor que habitaba su propio territorio narrativo en los libros. Antes de escribir unas cuantas novelas fascinantes, Carlos Pujol se dedicó a estudiar la obra de los otros: sobre todo, Balzac y la Comedia Humana. Su pérdida no es sólo la de un autor de talento, de verdadera finura literaria, sino también la de un lector estudioso y consciente de una tradición que además vivía en él. Carlos Pujol ha pasado por todas las etapas del escritor discreto, pero serio, uno de esos creadores sin protagonismo mediático que, sin embargo, hacen mucho más sólidos los cimientos de nuestra literatura. Así, pensando en Carlos Pujol, me vienen otros nombres de traductores, investigadores, ensayistas, como lo fue también José María Valverde –imprescindible su traducción de Ulises y su estudio introductorio, además de sus muchos otros textos sobre literatura europea e hispanoamericana-, gentes sin las que nuestro medio literario, su verdadero sustrato interior, sería tan frágil como insustancial, tanto como si hablamos de José Manuel Blecua o, por citar otra cima, Martín de Riquer.

Sin embargo, en Carlos Pujol brillaban, además, otras facetas. También poeta –al igual que José María Valverde-, era un extraordinario novelista. Tuvo éxito Es otoño en Crimea, además de Un viaje a España y El lugar del aire, todas ambientadas en el siglo XIX, pero quizá fue La sombra del tiempo la que le dio más satisfacciones. Una joven viuda francesa llega a Roma a finales del XVIII, entre la promesa de la Revolución y el temblor de un futuro con sus ecos cambiantes. A medida que avanza la novela y la protagonista se sume en la vida romana, en su mezcla azarosa de turbación decrépita, entre el ensueño y la asimilación de la divinidad reconocible, avanza hacia el ocaso de sí misma, hacia su verdad última, y también verdadera. Roma, peligro para caminantes, que escribiera Rafael Alberti, pero también espejo en el que revelarnos sin drama.

“Muchos se quedarán aquí hasta la muerte, olvidarán los amores y los intereses que dejan en su tierra, tendrán nuevos amores romanos, otros intereses romanos también, y algún día les acogerá por fin la tierra de Roma; otros se irán, pero dejando aquí su corazón, y van a ser desde ahora, yo se lo digo, sombras melancólicas, añorando la tierra donde florece el limonero, el cielo de Roma; y sus placeres, sus amores y sus triunfos van a parecerles desabridos, porque ya no están aquí”. Roma como espejo de la vida, como una verdad que todavía aglutina la naturaleza ancestral de nuestro propio aliento, de nuestros miedos y nuestras esperanzas, la zozobra del frío ante un amanecer, esa disolución sobre la tierra que también nos comprende y nos explica el enigma.

Quien no haya leído La sombra del tiempo, de Carlos Pujol, no ha estado nunca en Roma.

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