Bukowski en la corredera baja de San Pablo

24/01/2012

Daniel Serrano.

Todos los borrachos con aspiraciones literarias adoran a Bukowski. Veneración que también comparten los universitarios gafotas que lucen tupé a la última moda en los tugurios de la mala vida madrileñí. Irremediable tropa que abreva en las páginas de este volumen de relatos aromatizado de cierto tono amateur, como de fanzine reaparecido en un viejo baúl. Ejerce de antólogo Carlos Salem, corsario porteño afincado en esta ciudad de esquinas malolientes. Se titula la compilación: La vida es un bar. Cuentos de noche. Malasaña. Ya se pueden imaginar: sexo, drogas, rockanroll y todos los apetecibles tópicos noctámbulos y, en lontananza, la reconocible geografía de tantas memorables horas de divagación etílica, peleas a puñetazos, amores y desamores.
Malasaña es (claro) el Penta inmortalizado en un verso de Antonio Vega y el Estar y el Mercurio y el café Manuela y el Gaspar 33 y los Diablos Azules. Tanta vida para tan poca noche. Tanta noche para tan poca vida. Lo mismo da.

Así que penetra uno en este libro y se halla recorriendo sus propios santos lugares y el puzzle va tomando forma con peor o mejor fortuna (según) y hay textos estimables y otros al límite de lo aborrecible y (siento decirlo) un punto de escasa higiene editora, con errores de puntuación o acentuación que una revisión rigurosa hubiese evitado. Pero ah. Admitamos que, finalmente, resulta de lo más entrañable esta mezcolanza de cuentos de alta graduación alcohólica.

A destacar la fantasía sobre un reflejo de zinc de Casa Camacho, olorosa a vermú, que firma Pablo Mazo Agüero, Tardis, leyenda de leyendas sobre retretes que ofrecen la posibilidad de viajes en el tiempo. De lo más convincente es la aportación de José Ángel Barrueco, precisa y demoledora descripción de una noche de alcohol y amores perdidos desde el lado equivocado de la barra (el que ocupa quien proporciona las correspondientes libaciones a la masa borracha). Oportunamente titula: Que sea tu barman no significa que puedas tocarme los huevos. También brilla la nostalgia de Marta Sanz en Las niñas hibernadas, recuerdo congelado en ámbar de ese primer alunizaje en un iniciático tugurio. Y luego, destellos de prosa sucia y aportaciones al acervo de la sabiduría seductora o cómo ligar con frases tan certeras como “llevo cuatro minutos enamorado de ti” (Daniel Herrera). También pasajes de la vida bohemia: “Paso canales. Belén Esteban grita. Fumo. Belén Esteban grita. Bebo. Belén Esteban” (Marcus Versus). Estupendos bromazos tabernarios: “Cualquier pareja (fija o espontánea) que logre colarse en el baño de un bar para tener mutuo acceso carnal, si oye el sonido del látex al romperse, tendrá varios meses de mala suerte y fuertes dolores de cabeza” (Carlos Salem citando a un imaginario erudito de la mecánica de urinario).

En fin, un batiburrillo entretenido y desigual, con sus altibajos pero, qué quieren que les diga, con ese atractivo de las cosas que suceden por la noche, cuando el orden de los acontecimientos se precipita al vacío y casi todo es posible (o eso nos empeñamos en creer).

E incluye, además, este volumen (que no se me olvide) un excelente relato de Óscar Urra, autor de policiaco castizo y, en esta ocasión, fotógrafo en sepia de ese momento de incertidumbre que precede a la catástrofe o el triunfo al filo de una madrugada de timba.

Es lo que hay. Para quienes sentimos Malasaña como nuestra patria y los bares como nuestro confortable hogar este puñado de textos es un pasatiempo recomendable. Habrá quien prefiera literatura de mayor vuelo pero, qué caramba, hay tiempo para todo, no me digan.

La vida es un bar. Literatura de baja estofa (o no tanto) para aquellos que esbozan una sonrisa de complicidad cuando Rick, acodado en el piano de Sam, ironiza:
“- ¿Nacionalidad? Borracho”.

La vida es un bar. Cuentos de noche. Malasaña. Varios autores. Amargord Ediciones. 175 páginas.

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