“Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962), narrador y poeta, practica ya, como otros escritores de su generación, una forma de narrar propia del siglo XXI”. Lo pone dos veces en Los inmortales. No una. Dos. La primera en la solapa de la portada, la segunda al final, concluido el texto en sí. Por duplicado y exactamente igual. Todo es poco para un literato al cual aclaman las radios y los periódicos y Carles Francino en carne mortal dedica una cariñosísima entrevista y (sospecho) es admirado rendidamente por el mismísimo Rey de España y Letizia Ortiz Rocasolano (ambos, por cierto, personajes de ficción creados por el propio Manuel Vilas). Da rabia. El éxito ajeno siempre da rabia y más a quienes leímos antes que nadie a esos escritores de fama (bueno, Santos Sanz Villanueva y Ayala-Dip lo leyeron antes). Champán y mujeres para Vilas. Se lo merece, qué caramba. Vilas es maestro del retruécano y sin pudor alguno mezcla desaforadamente la tradición literaria y el desmelene pop y lo que se tercie. Con decirles que este es un libro protagonizado por el Manco de Lepanto, la Madre Teresa, Juan Pablo II, Dante, Neruda y Corman Martínez, el último comunista, y un largo etcétera de ilustres de las letras y el mundo político.
Coge Vilas y da la vuelta a nuestros clásicos. Por ejemplo.
Sostiene Manuel Vila que un Dante resurrecto hincaría las rodillas de dicha ante una inmaculada cama de hotel y exclamaría: “Fíjate que bien hecha está la cama, sin una arruga, con las sábanas tersas hasta la desesperación, créeme, este es el mayor espectáculo de inteligencia y del amor, es el Paraíso”.
Sostiene Vilas que Robespierre, al ser preguntado por Miguel de Cervantes Saavedra sobre su inminente guillotinamiento, replicó (sin dar gran importancia al asunto): “Dicen que sólo se siente un agradable frescor en el cuello con olor a eucalipto”. Para añadir, a continuación, el susodicho revolucionario francés: “Su país, España, quédeselo, sólo veo curas y reyes, curas y marqueses, curas disfrazados, como camuflados; en el futuro ustedes tendrán siempre curas y marqueses y monarcas, un futuro francamente asqueroso”. Cuánta razón.
Reflexiona Vilas (esa es la cuestión fundamental del libro: la posteridad, el más allá, qué viene luego) sobre la muerte y reflexiona el tercera persona del singular: “Vilas no entiende qué se hace una vez que estás muerto, cuáles son los objetivos, las prioridades, quiénes son tus jefes”.
Desvela Vilas: “Hay montañas que desaparecen. No por largo tiempo. Sólo unas décimas de segundo. En España, tal acontecimiento ocurrió con el pico del Aneto. En la madrugada del 6 de enero de 1616 el Aneto desapareció por seis milésimas de segundo”.
A través de uno de sus personajes, Vilas sugiere: “A veces creo que la vida en general, la vida de los que estamos de alguna manera vagando por el Universo, es un error de alguna conciencia tarada, una broma, o algo así”.
Imagina Vilas el viaje interestelar de un arcángel: “Mira Arcan por la ventanilla: huracanes rojos, antimateria en forma de crespones azules, árboles de roca, ramas, lagos con aguas putrefactas, seres sin ser, antiseres con ser, toda esa viscosidad baldía y tediosa. El Universo es aburrimiento, piensa Arcan”.
Manuel Vilas es Buñuel, la Virgen del Pilar, genio de Barbastro, curiosamente cuna de otro prohombre inmortal: San Josemaría Escrivá de Balaguer.
No se confundan con el tono jocoso de estas líneas. Manuel Vilas es un escritor de primera, una rockanroll star merecidamente arrullada por las groupies de la crítica literaria. Capaz de provocar la carcajada y, a traición, asaltarnos con trazallos de inopinada poesía. Capaz de emocionarnos con el periplo de un arcángel a través de océanos de tiempo y espacio, a la busca de un minúsculo planeta donde vagan los inmortales.
Yo también lo pondré otra vez. Por si no ha quedado claro:
“Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962), narrador y poeta, practica ya, como otros escritores de su generación, una forma de narrar propia del siglo XXI”.
Los inmortales. Manuel Vilas. Alfaguara. 213 páginas.
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