Nunca se agradecerá lo suficiente al inventor del micrófono indiscreto la luz que ha arrojado sobre el futuro que nos espera. Lo cierto es que gracias a su labor se sabe que si santa Teresa vivía sin vivir en ella Rajoy lo hace instalado en un absoluto lío. Algo que no debería extrañar cuando se recapitula la secuencia de la verborrea gubernativa. La serie histórica refleja que Montoro suele desdecir a De Guindos, Sáenz de Santamaría a ambos, el presidente se sincera con quien no le entiende y Wert diserta sobre la asignatura de Ciudadanía con alusiones a textos que lo mismo sirven para eso que como prospecto del optalidón. Es decir ni se incluían en la materia ni se les esperaba.

Nada que ver con Gallardón, la cuota progre que anuncia medidas carcas, que ha pasado de las palabras a los hechos para, entre otros asuntos, equiparar las bodas a los concursos de televisión. En ambos casos hay que tener suerte y además un notario que dé fe de la ceremonia. La visión economicista arroja que será más caro casarse pero más barato divorciarse lo que no deja de ser una afrenta al amor y, lo que más debe preocupar al PP, a Rouco Varela.

Cuando la cosa no está para risas es el momento en el que más urge buscarlas. Por ello el receso de esa cumbre europea en que Rajoy libera parte de la tensión que genera el peso del poder bien podría ser génesis de alguno de esos chistes de la niñez. Va un primer ministro finlandés, uno holandés y un gallego y va y dice el gallego… “Pues eso no es nada colegas, a mi me van a montar una huelga general y encima seguro que un día que haya partido de Champions; no sabéis cómo son de retorcidos los sindicatos en mi país”. Con innegable agudeza alguien destacaba que vendría a ser la primera vez en el devenir del movimiento obrero que la convoca un presidente del Gobierno en ejercicio de su cargo. A eso se le llama colaborar con los agentes sociales.

Por poner un pero no deja de ser peculiar que hable de las posibles consecuencias de la reforma laboral fuera de las fronteras cuando dentro ni siquiera ha insinuado las causas que pueden llevar a ella.  De hecho, más allá de que se tomarán medidas que no van a gustar a muchos sólo se certifica que a uno de momento le pirran más que comer con los dedos.  Así, en un tono más solemne, bien es cierto, lo admitía don Emilio Botín aun con el matiz de la insuficiencia de la que adolecen. Parece ser que en este supuesto lo bueno si breve no alcanza para los anhelos de la gran banca que, por boca del presidente del Santander, ya ha acusado a la clase política de ser la máxima culpable de la crisis. Y nadie más cualificado para saberlo pues el azote ha sido tal en sus resultados que no se descarta que deje de ganar hasta un par de millones entre miles y que, como venganza, algún día se líen la manta a la cabeza y hasta concedan una hipoteca. Capaces son.