Aunque ella se viera más como Messi sorteando patadas la resaca del Congreso le ha delatado más como el Mourinho que acaso todos, en mayor o menor proporción, llevamos dentro. No gusta perder, pero igual que dicen que ser valiente no es no tener miedo sino saber superarlo, encajar la derrota democrática debería ir más allá de moldear a regañadientes una sonrisa o levantar el brazo del ganador. Apenas dos días antes de la fumata blanca doña Carme, o doña Carmen pues fluctúa según geografías, se comprometía a ponerse a disposición del secretario general desde el minuto uno si no salía elegida. Cumplió sólo el requisito temporal pues desde ese mismo minuto dejó claro, tras el laborioso recuento, que rechazaba cualquier cargo de responsabilidad tanto en la Ejecutiva como en el Grupo Parlamentario.

Si de lo que se trataba era de renovar el partido se entiende malamente que se autoexcluya para colaborar en hacerlo desde dentro. Otra cosa bien distinta sería que el objetivo fuese sólo mandar en él. O cabeza de león o nada. Tampoco se sabe a ciencia cierta ya que esos micrófonos que antes del Congreso se buscaban con el mismo ahínco que el santo Grial ahora se rehúyen con idéntico brío. Y quizá haya sido esa vehemencia tan impostada la que ha condenado a Chacón a volver al banquillo. Eso y creer, ya sea por convicción propia o influencia ajena, que en el consumo interno de un partido puede más el argumentarlo que la ideología. Ha sido tal el tufo a precocinado de los slogans, de esa cursilada denominada mensajes-fuerza, que de tanto repetirlos perdieron la poca o mucha que pudieran tener.

El ‘momento papeleta’ en el que la aspirante exhibió la que usó para votar a ZP en el anterior cónclave rebasó con creces la débil frontera que separa a menudo la efervescencia de la vergüenza ajena. Bien es cierto que el victorioso líder compitió con tenacidad en este apartado al insinuar la revisión de los tratados con el Vaticano. Por lo visto el requisito sería que la Iglesia retroceda más en sus postulados, lo que implica que considera que aún hay margen, y la ‘pequeña’ objeción que bien podía haberlo planteado en uno de los muchos trienios de gobernanza que lleva a sus espaldas don Alfredo.

Con la madurez democrática se suponía, al modo del valor en la rancia mili, que los partidos se ahorrarían la pantomima de presumir de unidad cuando lo que se palpa es más tensión que en West Side Story. No suele ser habitual salvo para Tomás Gómez quien se ha mostrado dolido por la integración, entre comillas, de los ganadores. Lo que no ha detallado, aunque se antoje obvio, es si la que maneja como ejemplar es aquella que te obliga a readmitir en el PSM, que él todavía dirige, a seis trabajadores despedidos de manera improcedente entre otras cosas por vulnerar su libertad ideológica.

Y es que Gómez, quien ha cosechado los peores resultados electorales del PSM, escondido hasta última hora su voto como si fuera algo que desvelara al universo y apoyado a quien perdió, no hace más que empeñarse en hacer bueno aquel cartel que se colgó en campaña en la sede de Callao. ‘Tomás Gómez. Invictus. A su lado, todo es posible’ ¿Habrán detenido ya al visionario?