Es triste, pero es así. Se está perdiendo la lectura en papel. Se está perdiendo esa bendita costumbre, cuando íbamos a la librería a buscar un libro y descubríamos otros tantos, ojeando entre los estantes. Y nos perdíamos entre páginas y páginas, entre sinopsis que nos atrapaban, entre autores desconocidos que descubríamos y nos enganchaban.

Se está perdiendo y lo digo convencida. Hoy en día adquirir un lector de libros electrónicos es fácil y no demasiado caro, por unos 100 euros  puedes encontrar magníficos lectores de libros electrónicos, pequeñas maravillas de la tecnología al alcance de todo el mundo.

Que está bien, oye. Que si sales de viaje puedes llevar contigo 20 libros acuestas sin notarlo en el equipaje. Pero se pierden muchas cosas, en el momento que un libro deja de ser leído en papel. Creo que el papel es el vínculo físico que une al lector con el escritor. Cada vez que pasas una hoja, cada vez que tocas esa hoja llena de palabras, estás acariciando toda la historia con tus manos, estás sintiendo el peso de esa historia en tus brazos. Y eres consciente de cuándo termina la historia, con tan solo ojear las hojas que restan para el final y sientes esa tristeza y ese vértigo porque se termina y no quieres…

Es obvio que todo esto que digo, puede resultar muy poético, pero en realidad lleva otro trasfondo.

Yo creo que en el contenido del libro físico reside un poco de la historia de ese libro. En sus tapas, en sus solapas (si las lleva) en el interior del libro, en sus páginas, en ese olor a libro recién abierto… En esas huellas que vas dejando, cuando pasas las hojas. Incluso podría llegar a contar una historia de amor que surgió gracias a un libro:

Él leía todas las mañanas en el mismo metro, en el mismo vagón, el mismo libro. Todas las mañanas. Frente a él se sentaba una muchacha de pelo largo y rizado que se había fijado en el libro del chico y por consiguiente, en el chico. La chica no sabía cómo hablarle, no tenía la suficiente valentía para acercarse a él y decirle: quisiera conocerte…

¿Qué hizo ella?: buscó en Internet  ese mismo libro y lo compró y justo enfrente de él comenzó a leerlo cada mañana, hasta el día en que el muchacho dejó la lectura de su libro y se encontró con la portada del libro que se estaba leyendo frente a sus ojos, en las manos de una chica que le pareció muy guapa y sintió un pinchazo en el estómago. Porque ese libro lo había escrito él mismo y lo había auto publicado en una famosa página web donde tú puedes subir tu libro y auto publicar on line y gratuitamente, y otras personas lo pueden adquirir. Y esa chica no sabía que el autor de ese libro era el mismo chico,  que le gustaba. ¿Qué cosas más extrañas, verdad?. Pero todo es cierto y verídico.

La historia tuvo un desenlace estupendo. Un día el chico se armó de valor, se acercó a ella y le dijo: Perdona pero… me ha impresionado verte con mi libro ya que soy un escritor anónimo. Y ella se sonrojó y le respondió que tan solo «quería conocerle». Y él le dijo que aquel libro lo había escrito él y la chica hasta se emocionó, no podía creerlo. Y se enamoró perdidamente del escritor que leía su propia obra en el metro… Así es el amor, así son las historias de vagones de tren…

Es por este motivo, por historias como esta, que me da pena que se pierda la lectura en papel. Ahora, si echas un vistazo a tu alrededor, en el metro, por ejemplo, la gente va sujetando libros electrónicos. Ves solamente a unas pocas personas con libros de papel, en las manos. Y a mí me da pena, sinceramente. Mucha pena.

Debemos de aceptar esto como un cambio y una evolución, sin embargo, dejadme que me quede con la parte poética y bonita de la lectura en papel. A mí nadie me cambiará nunca los recuerdos, aquellas vivencias donde prestabas un libro a la persona que te gustaba y te lo devolvía con alguna nota en el interior, o aquellos días leyendo libros que me hicieron llorar hasta dejar gotas de mis lágrimas marcadas para siempre en alguna página.

Hay tantas historias tras los libros de papel. Tantas, que sería imposible leerlas todas.