Reforma low cost

15/02/2012

diarioabierto.es.

Hay algo que la reforma laboral no incluye en su articulado pero que late en su espíritu cuando quienes la han perpetrado pretenden ensalzar sus bondades. Me refiero a la suposición de que, además de carne de Inem a tarifa Ryanair, somos de natural tan marmolillos como para creernos lo absolutamente increíble. Con el mismo énfasis que Escarlata O’Hara se juraba a sí misma no volver a pasar hambre, Cospedal hacía lo propio con el abaratamiento del despido. Por lo visto no se ha rebajado ni un céntimo. De esta firmeza se extrae al menos una nítida conclusión: se puede llegar a secretaria general del PP con las matemáticas de séptimo de EGB todavía pendientes.

Si antes eran 45 días por año trabajado y un máximo de 42 mensualidades y ahora 33 con un tope de 24 ya me contará si para resolver esa ecuación es preciso quedarse toda la noche hincando codos. Baste un ejemplo. Con un salario de 20.000 euros anuales y diez años de antigüedad seis mil menos. Eche cuentas. Sin embargo, por encima de los números, que no es asunto menor, emerge un ideario que alienta la regresión a los albores de la revolución industrial. Acaso pueda parecer exagerado pero la pérdida de derechos laborales empieza con reformas y acaba en el esclavismo de nuevo cuño.

¿No es un síntoma de ello que la síntesis de este atropello sea revestir al empresario de la condición de amo plenipotenciario? ¿Cómo se entiende si no la barra libre para la modificación del salario o de los horarios? ¿Cómo la tendencia a una negociación individualizada en la que tiene más que ganar el trabajador dócil que el competente? En tiempo de crisis no creo que los asalariados o los aspirantes a serlo pidan comer cada semana caviar pero tampoco todos los días lentejas. O lo tomas o lo dejas.

De un gobierno de derechas se podía esperar esta reforma pero de ese mismo gobierno que se resiste a eliminar el concepto ‘cristiano’ de su corpus ideológico lo que no cabía esperar era tanta mentira. No sé si provoca más indignación o bochorno ajeno ver esa Pasarela Cibeles del embuste por la que han desfilado Cospedal, Saénz de Santamaría, González Pons o el mismo Rajoy, jurando y perjurando que el despido no se iba a exponer en la sección de saldos y pregonando las virtudes del diálogo social.

Un diálogo social tan sui generis que se traduce en reunir a los agentes sociales un día después de publicar la reforma en el BOE. Se supone que, por un lado, para leérsela a los iletrados sindicatos y, por otro, para que la CEOE corrija algún punto y coma que no sea de su gusto. Y todo ello para que Rajoy, entre suspiro y suspiro provocado por haber tenido en su mano la Copa Davis, que para algo se hizo uno presidente, advierta que la reforma laboral a corto plazo no servirá para nada. Algo en lo que estoy en total desacuerdo.

Será de una eficacia ilimitada para una limpieza de corrales en el mercado laboral que suponga que por la misma puerta que salen por cuatro euros trabajadores en condiciones dignas entraran por cuatro perras asalariados mal pagados y peor tratados ¿Le parece poco? Objetivo cumplido.

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