Enterrar el personaje para recuperar a la persona

09/03/2012

Miguel Ángel Valero. Una novela sobre lo que sucede cuando una persona que está en la cúspide de su carrera de un día para otro se encuentra en la calle

Es absurdo, pero no se aprecian las vacaciones si no se trabaja”. Es una de las lecciones que Alberto, director general de la filial en España de una multinacional, aprende cuando pasa de ser una persona en la cúspide de su carrera, con posición, poder y dinero conseguido con su esfuerzo, a estar en la calle,  de un día para otro, “sin entender cómo pueden hundirse a su alrededor los cimientos en los que se ha construido su existencia”.

Francisco Betés sabe de lo que escribe. Licenciado en Derecho por Deusto y en Ciencias Empresariales por Icade, ha trabajado en Arthur Andersen, Banco Atlántico, BNP, Aurora Polar y AXA, y es administrador de puntoseguro.com y presidente de la consultora Imaf, además de coordinar un Foro de Encuentro que cuenta  ya con dos centenares de directivos prejubilados, y escribir un interesante blog (www.franciscobetes.com). Su apellido sigue vinculado al seguro, ya que su hija Elena es la directora general del comparador Rastreator.com.

“El desahucio del rey del mundo” es una novela de Francisco Betés (302 páginas, Bubok, 2011) sobre el drama de la prejubilación, cuando ésta tiene muy poco que ver con júbilo. Pero la habilidad de Francisco Betés hace que la obra pueda ser leída simultáneamente como un manual práctico para el momento, que siempre llega, de la retirada, voluntaria y, más frecuentemente, a la fuerza.

Ese momento en el que, como señala Pedro Luis Uriarte, ex vicepresidente y consejero delegado del BBVA, y uno de los personajes reales que aparecen en la obra de Betés (fue el presentador, junto a Antonio Huertas, que será nombrado presidente de Mapfre en la junta del 10 de marzo, de la obra en la librería madrileña “La Buena Vida”), “lo más difícil es enterrar el personaje y recuperar a la persona”. Porque “el cambio es tanto más difícil cuanto más se había dejado absorber la persona por el personaje que suponía su puesto”.

Y es muy difícil en esa situación ver la salida, la prejubilación o la jubilación, “no como una desgracia, sino como una oportunidad”, insiste Uriarte. “Tenemos que aprovechar estos años con la perspectiva de que el tiempo que antes era nuestro aliado, ahora es cada vez más nuestro enemigo, en cualquier momento nos puede faltar”, argumenta en su imaginaria, pero muy ilustradora, conversación con Alberto. “Hay que mirar hacia adelante, nunca hacia atrás. El retrovisor no ayuda nada y cada uno ha de encontrar su propio camino”, resalta, porque “no se trata de llenar el tiempo”. “Cada uno debe manejar su propia vida, hay que asumir que el tiempo es limitado, que se acaba y que hay que aprovecharlo, hay que planificar los últimos años, hay que reflexionar y actuar desde ahora porque los últimos años son los más duros, son los años en los que uno se va a sentir posiblemente más solo”, sentencia el veterano ejecutivo.

“El desahucio del rey del mundo” cuenta muy bien el drama de la prejubilación forzosa de un primer ejecutivo, la frialdad de las empresas (especialmente, las multinacionales con sus filiales) en esos momentos, el juego sucio del directivo que aspira a ocupar el puesto vacante. Pero sobre todo describe con crudeza lo que pasa el día después, con ese chiste de aquella casa de un prejubilado en la que la asistenta pregunta a su mujer: “Señora, ¿dónde pongo al señor para limpiar el salón?”.

Tu problema es que sólo miras hacia atrás, quieres aferrarte a lo que ya no tienes, quieres construir el futuro lo más parecido posible a tu pasado”, le reprocha a Alberto su mejor amigo. “Lo malo de los directores generales cuando salimos es que sabemos mucho pero no sabemos manejarnos solos”, le explica un colega.

¿Dónde va una sociedad que prescinde de la experiencia?

Un Alberto prejubilado se pregunta “¿dónde va una economía, un país, una sociedad, que prescinde alegremente del talento y de la experiencia, y no tiene siquiera previstos mecanismos de colaboración para que pudieran seguir participando, aportando a menos una parte de lo que saben al desarrollo de todos?”.

Cada uno debe encontrar su respuesta. Es la gran lección de la obra de Francisco Betés. Pero no la única. En su discurso de despedida a la empresa en la que se ha dejado buena parte de su vida, Alberto pide a los directivos: “Nunca olvidéis que las cuentas de resultados sólo se consiguen a través de equipos motivados, y esto sólo puede construirse sobre un gran respeto a las personas”.

Y su mejor amigo da con la clave: “Las especies que más perduran no son las más fuertes, ni las más inteligentes, sino las que mejor se adaptan”.

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