Pobres mujeres. Por favor, no se me interprete mal. No lo digo con ánimo paternalista ni compasivo, sino que simplemente trato de calificar una realidad objetiva, muchas veces denunciada y con propuestas de solución que se abordan con timidez y poca decisión. Ahora el Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, ha puesto el dedo en la llaga: existe una violencia estructural contra la mujer, pero, tras un diagnóstico certero, los que se le ocurre es restringir el derecho al aborto. Pobres mujeres.

Es cierto, la maternidad en lugar de ser considerada como un hecho gozoso en el terreno, personal, familiar y social, se convierte a veces en una negra amenaza que limita la empleabilidad de las mujeres en edad de procrear, que muchas veces son discriminadas a la hora de la contratación justamente por eso, porque pueden quedarse embarazadas. Pero, si encuentran un puesto de trabajo, la maternidad puede traducirse en la pérdida del puesto de trabajo y en un handicap en el desarrollo de su carrera profesional. Los datos son elocuentes y, según un estudio de PWC,  el 60 por ciento de los titulados superiores son mujeres, pero tan solo un 10% de ellas ocupan puestos de alta dirección.

No solo son discriminadas a la hora de la promoción y ascenso profesional, sino que perciben por su trabajo una retribución inferior a la de los varones de su misma categoría laboral, formación y ocupación. Además un aberrante sistema de organización del trabajo en las empresas y la Administración, que prima más las horas de permanencia, que la rentabilidad y la productividad, impone largas jornadas de trabajo que impiden la conciliación laboral y familiar a hombres y mujeres, pero muy especialmente a éstas que todavía siguen llevando sobre sus espaldas la responsabilidad fundamental de la familia y la educación de los hijos.

Una cultura arraigada en nuestra sociedad se transforma en una agresión continuada contra el reconocimiento efectivo, más allá de discursos y declaraciones, de la igualdad de las mujeres. Las leyes pueden decir lo que quieran, pero, mientras no cambie la cultura y el sentir social, seguirán produciéndose constantes vulneraciones de todos los principios y siempre habrá jefes que se incomoden porque sus empleadas se den de baja por maternidad, lactancia, etc. o simplemente  porque exijan una mayor racionalidad en el  trabajo y en el reparto de las cargas para poder cumplir sus horarios y poder tener una vida familiar satisfactoria.

Gallardón lo ha dicho con claridad: existe una violencia estructural contra las mujeres y muchas voces del Gobierno y del PP han salido en su apoyo. Pues bien, si esto es así, cabría esperar una respuesta adecuada. Un plan para vigilar e impulsar el cumplimiento leal y exacto de lo que establecen las leyes, medidas de sensibilización y concienciación de la sociedad en su conjunto, propuestas para la educación en la igualdad en la escuela, etc.

En cambio, tras un diagnóstico que se sitúa en la buena dirección, toda su acción se reduce a restringir el derecho de aborto para, según dice, proteger la maternidad. Por favor, deje usted que cada mujer decida según su conciencia y preocúpese  de proteger la maternidad logrando que las empresas no discriminen a la mujer en términos generales y muy  especialmente por ser madre. Asegúrese de que se cumple la ley y  de que quienes la incumplen son severamente sancionados. No penalice a las víctimas, sino a los agresores quien quiera que sean.

La verdad es que con defensores así, uno no puede menos que exclamar ¡POBRES MUJERES!