Estación rima con traición

11/03/2012

diarioabierto.es.

A veces, sueño que me escribes y me dices cualquier cosa. Que quedamos en un parque. Que es otoño y las hojas secas crujen bajo nuestros pies mientras caminamos despacio, como si no nos esperase nadie, como si no hubiese nada más ni mejor que hacer, que compartir una tarde que parece no querer marcharse.

Nos hablamos ¿sabes? Nos hablamos como antes. Te cuento que estoy jugando a un juego de consola en el que me linchan a tiros por todas partes. Y tú te ríes y me dices: «a ver cuando quedamos, y jugamos, cualquier tarde».

Y en mi sueño tú estás radiante y más joven. Y yo tengo limpias todas las certezas y la inocencia intacta aún. Te brilla el pelo y noto en ti, una especie de vergüenza sonriente y recuerdo todos y cada uno de los momentos vividos y son exactamente igual a este.

Caminamos hacía ninguna parte. Cuatro euros en los bolsillos, que saco y miro, relucientes. Y te invito a un helado, mientras el otoño parece alejarse para traernos una primavera que huele a verano. Nuestras ropas cambian y de repente tú llevas camiseta de manga corta y yo unos pantalones pirata de color rojo y una camiseta blanca de tirantes. Me siento ligera, como si pesase menos. Tus brazos se intuyen fuertes y muy jóvenes. Podrías mover el mundo de sitio con ellos, si quisieras. O esa sensación siento dentro del sueño.

Nos comemos el helado y caminamos hasta una calle que nos pone el vello de punta. Tú te sientas sobre un empedrado Y en ese momento llega el invierno. Y empieza a llover. Nuestras ropas vuelven a cambiar. Ahora tú llevas unas botas negras, pantalones negros y camisa de colores, y un abrigo largo, de paño. Y yo llevo pantalones vaqueros, zapatillas converse de color rojas, jersey azul y una cazadora marrón. Nos refugiamos bajo los salientes de los balcones. De mi bolso logro sacar un paraguas y con él nos acercamos hasta la parada del autobús.

De repente todo cambia y el cielo se vuelve gris. Se mueve la tierra bajo nuestros pies. Se abren las aceras en dos. La ciudad se derrumba a lo lejos. Veo como caen los edificios. Cómo grita la gente. Los autobuses se hunden en las grietas de la ciudad. Tú echas a correr y yo corro tras de ti, como si quisiera salvarte de la tragedia cuando eres tú misma la que parece huir de mí. Y corres más que yo. A mí me flaquean las piernas. Te veo alejarte cada vez más a prisa. Mientras yo detengo mi marcha y echo la vista atrás para contemplar una ciudad envuelta en polvo y llamas.

Lo curioso es que no se escuchan gritos. No se escucha absolutamente nada. A lo lejos te vuelvo a ver. Te has colocado de pie sobre un banco de madera y corro hasta ti ahogándome a cada paso un poco más. Tus ojos se han vuelto grises como el asfalto. Ahora vuelve a ser primavera. Las hojas secas revolotean a mis pies. Tras de ti hay llamas, personas que conocí cuando la vida era otra cosa y los tiempos otros, arden en esas llamas, tras de ti. Tú me tiendes tu mano y pronuncias mi nombre: me dices que me acerque, que me sujete a ti.

El calor de las llamas me quema en la cara. Y me despierto de repente, sobresaltada por la melodía del despertador. Mientras recuerdo el sueño me río. Me lavo la cara y me miro en el espejo. Y entonces lo veo todo muy claro.

Me has traicionado.

Arde tú sola en el infierno que has creado.

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2 pensamientos en “Estación rima con traición

  1. Admirada Susana, que relato tan tremendo. Me ha gustado mucho y enganchado desde el principio hasta el final, como siempre. Gracias, gracias y gracias.

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