Soledades

26/03/2012

diarioabierto.es.

Juan enciende la televisión y ve las noticias mientras come un guisado que ha cocinado, con patatas y carne. Juan, entre cucharada y cucharada emite un pequeño suspiro. No sabe si es esta soledad o las noticias o los años, que le pesan en los ojos, pero siente ganas de llorar. En un domingo como ese, en ese instante, en esa hora. Y se acuerda de Remedios, su esposa fallecida hace 8 años y parece que fue ayer, cuando Juan esperaba paciente mientras cambiaba canales en la televisión a que Remedios cocinase el mismo guisado que él ha cocinado sin tener la misma suerte. Ha quedado soso y Juan tiene ganas de llorar y llora y sus lágrimas proporcionan al guiso la sal que le faltaba.

Rocío echa de menos a Fernando. Un chico de la universidad. Al que solo ha mirado un par de veces a los ojos y hablado de apuntes y de horarios. Fernando no sabe que Rocío tiene sus apellidos revueltos con sus apuntes de psicología, no sabe que Rocío conjuga esos apellidos con los suyos para ver qué nombre tendrían sus futuros hijos. Rocío se siente sola, en ese instante en que hay que irse a la cama y le viene a la cabeza el perfume de Fernando. Ése cuerpo que jamás ha acariciado, pero que ella imagina y conoce ya cada recoveco de su piel. Ella ha contado los lunares de Fernando de memoria. Cuenta lunares en vez de ovejas, para dormirse, para que pase un día más.

María hace la cama, dobla las sábanas. Recoge la ropa limpia del tendedero y la dobla con esmero. En su casa hay un silencio que da miedo. María ya no siente la soledad, porque lleva mucho tiempo viviendo dentro de ella. Es como una amiga que la abraza y la guía por casa.  Hace poco se quedó sin su madre, a la que detectaron una terrible enfermedad que le proporcionó sufrimiento y tres meses de vida. María cuidó de su madre hasta ese día en que su cuerpo se quebró y el último suspiro fue aquel que no esperas y María no lo esperaba, mientras su madre la dejaba más sola que a nadie en el mundo, María doblaba las sábanas con esmero en otra habitación. Y ahora, cada vez que dobla sábanas, piensa que en el último doblez, cuando termine, entrará en la habitación de su madre y ella seguirá allí respirando. Luchando por vivir. Esperando a emitir el último suspiro mientras sujeta la mano de María.

Dolores cierra un libro y abre un álbum de fotos. Repasa con la mirada el pasado  vivido. Los rostros. Fotografías eternas y repletas de momentos que se han quedado olvidados pero que renacen en imágenes a cada fotografía que repasa. Mira a su hijo Daniel. Primer y último hijo. Quiso el destino que un trágico día Daniel no llegase a la universidad porque un conductor, al cometer una imprudencia se lleva por delante la vida de Daniel. A Dolores la llama la policía y le da la noticia. Y Dolores es ese el único día que recuerda con todos los detalles. Pero se le ha olvidado un poco la sonrisa y el sonido de la risa de su niño. Y mira fotos y piensa que justo hoy, cumpliría 30 años y que tal vez ya sería hora de hacerla abuela. Dolores siente la soledad hincándose en sus huesos, aunque la mano de su marido aparezca por su espalda y se pose en su hombro y amase un poco su dolor para hacerlo más blando y más leve. Pero hay dolores que no se calman y soledades que son para siempre, porque hay temblores y amores imposibles de olvidar.

Y Juan, Rocío, María y Dolores, se conocen, pero ellos no lo saben. Hoy se han cruzado en la parada del autobús. Han compartido espera y miradas, se han sentido igual de solos y piensan que no hay dolor peor que el de uno mismo.

Están equivocados, pero ellos no lo ven ni lo verán, porque caminan siempre muy aferrados a sus soledades.

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