Tras las elecciones, el patetismo de los políticos

27/03/2012

diarioabierto.es.

Ya hemos dejado atrás las elecciones andaluzas y asturianas, seguidas con gran interés, no tanto por lo que representaban en sí mismas, como por ser un test de la situación global del país en unos momentos especialmente delicados y como termómetro para medir la reacción social ante las duras políticas de ajuste emprendidas por el Gobierno. Las elecciones han pasado, pero lo que nos queda una vez más es la imagen patética de nuestra clase política. Y patético es aquello que mueve el ánimo al dolor, la tristeza y la melancolía.

Patético resultaba ver a Javier Arenas y a sus acompañantes insistir , con cara de tristeza ,en el hito histórico que suponía la victoria del PP en Andalucía, al tiempo que, con palmas y gritos, trataban de subir el ánimo de los fieles que, en escaso número, y muy apagados, les contemplaban desde la calle. Quieran o no reconocerlo, su imagen era de decepción y desolación. Habían cometido el gran error de proclamarse vencedores en función de las encuestas antes de que el pueblo votara y el aspirante a Presidente, en lugar de comportarse como tal y batirse el cobre, osó renunciar al debate público y lució una prepotencia, que, como era previsible, acabó pasándole factura.

Patéticos resultan todas las encuestas y sondeos que, a la hora de ser “cocinados”, cometieron el craso error de extrapolar resultados a partir de los resultados de las últimas elecciones generales y municipales, cuando todo el mundo sabe que el comportamiento de los electores, no solo en cuanto a participación, sino también en cuanto a sentido de voto, varía según el tipo de elección para el que se le convoque. El recuerdo de voto en ningún caso debería establecerse en función de las últimas elecciones, sino que había que retrotraerlo a las anteriores autonómicas para no comparar peras con manzanas.

Patético resulta que en Asturias partidos, que comparten las mismas ideas y principios y separados solo por ambiciones personales de poder, que no fueron capaces de ponerse de acuerdo durante diez mes y que por su falta de entendimiento provocaron la convocatoria anticipada de elecciones, estén ahora prestos a llegar a acuerdos para impedir que gobierne la lista más votada. Parece una burla al sufrido ciudadano y, aunque esté mal decirlo, la ética y la estética no son valores desdeñables en la política.

Patético resulta que el PP, que tanto despotricó contra la reivindicaciones autonomistas de Cataluña, sea hoy aliado y sostén de un Gobierno de Convergencia y Unió que ha tomado una deriva soberanista y reclama un Estado Catalán.

La lista de ejemplos puede ser interminable. Pero, más allá de la casuística, lo esencial sería poder contar con unos políticos que fueran respetuosos con los ciudadanos a los que representan, que son los que les encomiendan la gestión de los intereses generales y ante los que deben responder. Como la democracia no se reduce al acto ritual de depositar un voto en la urna, los ciudadanos debemos ser más críticos, participar más activamente en la vida pública y demandar y exigir ser tratados como personas adultas y responsables y no como un mal necesario cada cuatro años.

Ya hemos dejado atrás las elecciones andaluzas y asturianas, seguidas con gran interés, no tanto por lo que representaban en sí mismas, como por ser un test de la situación global del país en unos momentos especialmente delicados y como termómetro para medir la reacción social ante las duras políticas de ajuste emprendidas por el Gobierno. Las elecciones han pasado, pero lo que nos queda una vez más es la imagen patética de nuestra clase política. Y patético es aquello que mueve el ánimo al dolor, la tristeza y la melancolía.

Patético resultaba ver a Javier Arenas y a sus acompañantes insistir , con cara de tristeza ,en el hito histórico que suponía la victoria del PP en Andalucía, al tiempo que, con palmas y gritos, trataban de subir el ánimo de los fieles que, en escaso número, y muy apagados, les contemplaban desde la calle. Quieran o no reconocerlo, su imagen era de decepción y desolación. Habían cometido el gran error de proclamarse vencedores en función de las encuestas antes de que el pueblo votara y el aspirante a Presidente, en lugar de comportarse como tal y batirse el cobre, osó renunciar al debate público y lució una prepotencia, que, como era previsible, acabó pasándole factura.

Patéticos resultan todas las encuestas y sondeos que, a la hora de ser “cocinados”, cometieron el craso error de extrapolar resultados a partir de los resultados de las últimas elecciones generales y municipales, cuando todo el mundo sabe que el comportamiento de los electores, no solo en cuanto a participación, sino también en cuanto a sentido de voto, varía según el tipo de elección para el que se le convoque. El recuerdo de voto en ningún caso debería establecerse en función de las últimas elecciones, sino que había que retrotraerlo a las anteriores autonómicas para no comparar peras con manzanas.

Patético resulta que en Asturias partidos, que comparten las mismas ideas y principios y separados solo por ambiciones personales de poder, que no fueron capaces de ponerse de acuerdo durante diez mes y que por su falta de entendimiento provocaron la convocatoria anticipada de elecciones, estén ahora prestos a llegar a acuerdos para impedir que gobierne la lista más votada. Parece una burla al sufrido ciudadano y, aunque esté mal decirlo, la ética y la estética no son valores desdeñables en la política.

Patético resulta que el PP, que tanto despotricó contra la reivindicaciones autonomistas de Cataluña, sea hoy ali

Ya hemos dejado atrás las elecciones andaluzas y asturianas, seguidas con gran interés, no tanto por lo que representaban en sí mismas, como por ser un test de la situación global del país en unos momentos especialmente delicados y como termómetro para medir la reacción social ante las duras políticas de ajuste emprendidas por el Gobierno. Las elecciones han pasado, pero lo que nos queda una vez más es la imagen patética de nuestra clase política. Y patético es aquello que mueve el ánimo al dolor, la tristeza y la melancolía.

Patético resultaba ver a Javier Arenas y a sus acompañantes insistir , con cara de tristeza ,en el hito histórico que suponía la victoria del PP en Andalucía, al tiempo que, con palmas y gritos, trataban de subir el ánimo de los fieles que, en escaso número, y muy apagados, les contemplaban desde la calle. Quieran o no reconocerlo, su imagen era de decepción y desolación. Habían cometido el gran error de proclamarse vencedores en función de las encuestas antes de que el pueblo votara y el aspirante a Presidente, en lugar de comportarse como tal y batirse el cobre, osó renunciar al debate público y lució una prepotencia, que, como era previsible, acabó pasándole factura.

Patéticos resultan todas las encuestas y sondeos que, a la hora de ser “cocinados”, cometieron el craso error de extrapolar resultados a partir de los resultados de las últimas elecciones generales y municipales, cuando todo el mundo sabe que el comportamiento de los electores, no solo en cuanto a participación, sino también en cuanto a sentido de voto, varía según el tipo de elección para el que se le convoque. El recuerdo de voto en ningún caso debería establecerse en función de las últimas elecciones, sino que había que retrotraerlo a las anteriores autonómicas para no comparar peras con manzanas.

Patético resulta que en Asturias partidos, que comparten las mismas ideas y principios y separados solo por ambiciones personales de poder, que no fueron capaces de ponerse de acuerdo durante diez mes y que por su falta de entendimiento provocaron la convocatoria anticipada de elecciones, estén ahora prestos a llegar a acuerdos para impedir que gobierne la lista más votada. Parece una burla al sufrido ciudadano y, aunque esté mal decirlo, la ética y la estética no son valores desdeñables en la política.

Patético resulta que el PP, que tanto despotricó contra la reivindicaciones autonomistas de Cataluña, sea hoy aliado y sostén de un Gobierno de Convergencia y Unió que ha tomado una deriva soberanista y reclama un Estado Catalán.

La lista de ejemplos puede ser interminable. Pero, más allá de la casuística, lo esencial sería poder contar con unos políticos que fueran respetuosos con los ciudadanos a los que representan, que son los que les encomiendan la gestión de los intereses generales y ante los que deben responder. Como la democracia no se reduce al acto ritual de depositar un voto en la urna, los ciudadanos debemos ser más críticos, participar más activamente en la vida pública y demandar y exigir ser tratados como personas adultas y responsables y no como un mal necesario cada cuatro años.

ado y sostén de un Gobierno de Convergencia y Unió que ha tomado una deriva soberanista y reclama un Estado Catalán.

La lista de ejemplos puede ser interminable. Pero, más allá de la casuística, lo esencial sería poder contar con unos políticos que fueran respetuosos con los ciudadanos a los que representan, que son los que les encomiendan la gestión de los intereses generales y ante los que deben responder. Como la democracia no se reduce al acto ritual de depositar un voto en la urna, los ciudadanos debemos ser más críticos, participar más activamente en la vida pública y demandar y exigir ser tratados como personas adultas y responsables y no como un mal necesario cada cuatro años.

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