El más acá

01/04/2012

diarioabierto.es.

Ernesto acude puntualmente, día sí y día no, al cementerio. Pasea, solitario, por el “Caminito de las lágrimas” como así se llamaba el camino que cruza de punta a punta el cementerio. Él camina, en pantalones vaqueros, camisa de cuadros y unas deportivas gastadas. Va ojeando las tumbas y deteniéndose en algunas, saludando a los muertos como si se trataran de ventanas por las que ellos se asoman y Ernesto les de los buenos días desde abajo…

Su rutina es esa. Pasear por el cementerio en silencio. Hablar a los difuntos mirando la fotografía que rellena las lápidas. Fijamente. Como si se tratase de un verdadero rostro, como si ese difunto le estuviese mirando y escuchando verdaderamente.

Ernesto visita a Maribel, una mujer muy guapa (o eso dice la foto que adorna la lápida) que murió en el año 1980 a los 30 años de edad. Ernesto hace cuentas, para saber qué edad tendría ahora Maribel. Se siente enamorado de ella. Le dice: “ya estoy aquí Maribel, ¿qué tal ha fue ayer? Ha llovido, espero que no hayas pasado frío”. Y se frota las manos. Y mira la fotografía de Maribel. Le dice: “ahora vengo, cariño, voy a visitar a Juan Manuel Hernández , a Pablo Raspa, a la familia”.

Ernesto continúa con su hazaña. Saluda a todos sus muertos. A sus silenciosos amigos. Con Juan Manuel charla del fútbol. Y con Pablo habla de poesía y de la vida, que imparable le va llevando junto a ellos.

Luego, Ernesto visita su panteón. Allí ya residen su padre, madre y hermana mayor. Se sienta allí y se le va el santo al cielo, porque puede pasar más de 3 horas hablando con su familia. Le cuenta todo, absolutamente todo lo que hizo el día anterior, en que no se “vieron” y le habla de sus planes para mañana.

La gente que trabaja en el cementerio ya le conocen. Le dicen entre bromas: Ernesto, que te vemos más entre los muertos que entre los vivos”. Y Ernesto se lo toma a broma y nunca deja sus hábitos. Jamás cambia su rutina, la de visitar a su Maribel. A sus amigos y a su familia.

Ernesto piensa que le toman por loco. Pero él se ha dado cuenta de que los muertos escuchan más que los vivos. Que cuando él está en el cementerio se siente libre, y que al fin y al cabo por ley de vida, pasará más tiempo, toda la eternidad, en ese cementerio, que viviendo la vida que ahora vive con los vivos.

Tal vez todo esto sea una locura y Ernesto esté loco y su forma de vivir sea una manera de desperdiciar su actual vida, y que esté, como bien le dice todo el mundo, más entre los muertos que entre los vivos. Sin embargo, nadie conoce el cementerio mejor que él. Sabe que lápida va tras cada lápida. Se conoce los nombres y los identifica con los rostros de esos difuntos que en vida, incluso, alguna gente ya los ha olvidado. Sin embargo Ernesto los recuerda y les da parte de su vida, cada vez que acude al cementerio y habla con ellos, cada vez que les mira a los ojos de su fotografía y cada vez que la gente le toma por loco.

Al fin y al cabo Ernesto es feliz así y hay que respetarlo. Lo que yo me pregunto es, quién irá a visitar a Ernesto cuando él muera, quién irá a hablarle de fútbol o a mostrarle su amor. Me imagino que nadie. Pero en ese cementerio siempre nos parecerá ver a Ernesto caminando entre tumbas, sentado, charlando con amigos y familiares, con sus difuntos. Y entonces no sé quién parecerá más loco. Tal vez luego, sea Ernesto quien se ría de toda aquella gente que se reía de él en voz baja, cuando se arreglaba el pelo y se aclaraba la garganta, antes de colocarse frente a la tumba de Maribel.

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