Defrauda que algo queda

04/04/2012

diarioabierto.es.

No se sabe si por desconocimiento de esa realidad, que tanto se esgrime para justificar las tropelías, o por esas provocaciones que sólo procuran las mayorías absolutas que tornan absolutos a los gobiernos, a la amnistía tributaria le ha seguido el anuncio de un plan de lucha contra el fraude en las prestaciones por desempleo. La lectura simplista, pero no por ello desacertada, es que ya que no se puede, o no se quiere poder, con quien se lleva los millones en maletines de Loewe a los paraísos fiscales se va a por el desempleado que cobra cuatrocientos euros y por la décima parte y un botellín le pone unos enchufes al vecino. No transigir con esta engañifa no implica de ningún modo comprender la desvergüenza política de quien tiene al delincuente por patriota a cambio del diez por ciento del botín como, con brillantez, se reflejaba en una viñeta.

Ni lo ‘extraordinario’ del momento, como repiten los ministros para aliviar sus conciencias si es que algo de eso hay, ni el déficit ni la coyuntura del protectorado alemán en el que nos hemos convertido atenúa este atraco diurno y alevoso. Sólo así se define que por un lado suban los impuestos a los trabajadores que los pagamos y por otro hagan las vista gorda con quien roba, evade o escaquea buena parte del dinero que hoy nos priva de escuelas infantiles, profesores, mejoras en los hospitales o en la justicia. Siempre y cuando este Ejecutivo, de contar con esos recursos, los destinara a estos fines que está por ver. Y todo ello sin haber oído nada del tratamiento a las ‘sicav’ o a las grandes fortunas o, por supuesto, sin restar un céntimo a la Santa Madre Iglesia que con esa generosidad bien podía obrar un milagro.

Por ejemplo que Rajoy dejara de mentir o, llegado el caso, de hacerlo lo hiciera delante de la opinión pública y no detrás de los visillos del Palacio de la Moncloa. O que cesara de parapetarse en la herencia recibida y no porque lo diga yo sino porque, en su día, en un debate televisivo, un tal Alberto Ruiz Gallardón se comprometía, con esa solemnidad que no debe apear ni en las despedidas de soltero, a que “si los españoles nos dan su confianza jamás diremos que la culpa viene de fuera o que la tienen otros”.

Bien es cierto que una fruslería al lado de esa amnistía “impresentable” y “antisocial” de la que hablaba Cospedal en su día o la “ocurrencia” que le parecía al hoy presidente del Gobierno que se ha destapado como el ocurrente mayor del Reino. Tanto que, a fuerza de romper a pensar, ha calificado los Presupuestos como “desagradables” como si en vez de injustos y regresivos fuesen unas hemorroides. De no haber tanto recorte seguramente se hubiera quedado tan ancho. Con permiso de Merkel, claro está.

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