El vértigo bajo los pies

09/04/2012

diarioabierto.es.

Era escuchar aquella canción, aquellos primeros acordes y erizarse el vello sobre la piel, como si se tratara de pequeñas descargas eléctricas. Tarareando aquella canción dentro de mi cabeza, cogí tu mano tantas veces y te llevé al parque. Al mismo parque. Y te contaba mi vida mientras tú removías con la punta de tus deportivas la arena del suelo. Si te sostenía la mirada, si te miraba fijamente durante varios segundo seguidos, tú apartabas tus ojos miel de los míos, con la misma timidez de una niña pequeña y frágil, ajena al mundo o a todo.

Había besos que sobrevolaban los tejados de la ciudad, como cometas mecidas desde abajo. Caricias que dormían bajo los coches y maullaban como pequeños gatos. Y había historias escondidas en cines y en esquinas donde a veces, refugiada dentro de mi abrigo te esperé. No sé cuánto hubiese hecho falta para que aquellos días, todo lo que giraba a nuestro alrededor se parase, se detuviese para mirarnos. Y fuese nuestro.

Me importaba poco si venías o si ibas. El amor tenía y sigue teniendo eso, que es la chispa que a veces no arde, y que una sola persona no puede querer por dos. No funciona así. Igual que las manecillas de un reloj y su tic-tac. No había nada que hacer. Y cuando te diste cuenta ya tenías la primera desilusión de amor impregnada en tu piel. Dijiste que te llevaste un beso. Lo que no sabes es, que yo te dí aquel beso para que te fueras.

Y ya sola, me colocaba los cascos y ponía aquella canción. Sentía el vértigo bajo mis pies. En mis bolsillos apenas había veinte duros. Y en mi pecho, aquello a lo que aún todavía, tras tantos años, no he sabido ponerle nombre.

Revoloteaba por mi cuerpo, aquella alegría ¡sin tener apenas nada!. Aquella libertad, incluso no siendo libre como ahora. Aquella inocencia brillante y que palpitaba todavía, mucho antes de que fuese asesinada.

Y aún a veces me parece verte a lo lejos. Vas con alguien de la mano y ya no recordarás ni un segundo de aquel beso, ni de mi desprecio, ni del surco que dejaban las punteras de tus deportivas en la arena de aquel parque.

Me coloco los cascos con aquella canción de hace 13 años y que sigue sonando exactamente igual en mi cabeza. Y sigo sintiendo el mismo vértigo, porque hay un espacio dentro de mí que no cambió, aquel breve espacio que nadie habitó, porque yo no quise. Y justo ahí, como puedo, guardo todo, breves instantes y esa canción.

Es en realidad ese pequeño precipicio por el que a veces se suicidan mis recuerdos para que yo me sienta más viva dentro de ellos y de él.

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