Turbulencias monárquicas

19/04/2012

diarioabierto.es.

De la sabiduría popular emana la consideración del sentido común como el menos común de los sentidos. Acaso una pequeña dosis fuese suficiente para razonar, más allá de banderas tricolores y liturgias, que en un país con más de treinta años de democracia carece de justificación que su jefe de estado lo sea sin que la voluntad de las urnas así lo decida. En estos días de turbulencias monárquicas, de opulencias y arrepentimientos, de enredos familiares que son pasto de la telebasura convendría reposar las vehemencias y arrebatos, modular tanto el insulto como el ditirambo, para convenir que, más pronto que tarde, los ciudadanos se deberán pronunciar sobre el sistema político bajo el que quieren ser gobernados. Simplemente porque están en su derecho.

Sin embargo, si las prisas nunca son buenas consejeras menos aún en medio de esta incandescencia mediática y social que ha llevado al tren de la abdicación a pasajeros de la derecha más extrema que se relamen al calor del elefante masacrado. No estaría mal detenerse a sopesar dónde se ubica la ideología y dónde la mera venganza. En una nación tan proclive al exceso no es de extrañar la maleabilidad de una Historia que ora se usa como arma arrojadiza ora como un bálsamo de fierabrás que todo lo cura. De ese modo, el recurso al papel del Rey en el 23-F se convierte en coartada de desmanes impropios que no dejan de serlo con dos padrenuestros y un avemaría.

No sólo se antoja cansino sino que, como en tantas ocasiones, ensalza como acto magnánimo lo que era obligación. Que el Rey saliera en defensa del orden constitucional, allá por la noche de los tiempos, es posible que para algunos merezca gratitud eterna pero para otros vino a ser el refrendo institucional a un régimen  de libertades irreversible que se edificó sobre la represión, la tortura y la muerte de mujeres y hombre de bien que no dan nombre a ningún hospital ni a ninguna universidad. Mirar al pasado no soluciona el futuro pero olvidarlo lo tergiversa en este caso con premeditación y alevosía.

En estos momentos de exaltación del real arrepentimiento ─que no tiene por qué ser sinónimo de arrepentimiento real─  habría que recordar que el acto de contrición obedece a un mal paso en todos los sentidos y no a una voluntad nítida de aparcar una vida de oropel en tanto los ciudadanos no sólo no pueden permitirse safaris sino ni siquiera ir con la familia a Port Aventura. Es decir, si no hubiera habido prótesis tampoco hubiera habido información. Ahora que se ha tenido lo que cabe esperar, con idéntico sosiego, es una reedición de esa Transición que nos trasladó de una dictadura a un sistema democrático que, por definición, sustenta sus principios en razón de los votos y no de los genes.

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