Ya he confesado en anteriores ocasiones mi escaso conocimiento de la economía. Sólo sé lo que se sabe desde la cuenta de la vieja o lo que el sentido común suele dictarnos a quienes, ciudadanos de a pie, no sabemos más que eso de debe y haber. Es decir, que por un lado, ingresas y por el otro, gastas.

Así que, advertidos de las locuras a las que pueden llevar mis reflexiones, quiero hacer público algún que otro pensamiento que me ha venido estos días, al escuchar la catarata de declaraciones en torno a la privatización de los servicios públicos.

Dicen que, fundamentalmente lo que se persigue es una mayor rentabilidad del sistema e impedir las pérdidas que generan estos servicios. Estaba yo, en mi ignorancia, convencido de que hay servicios públicos que nunca serán rentables por mucha eficiencia que se le ponga a su gestión. Pero parece que las cosas cambian cuando se pasa la gestión de estos servicios al sector privado. Entonces se ahorra y se hasta se gana dinero

Con ello se da a entender que los gestores públicos son una panda de mantas incapaces de sacar adelante su cometido. Digo yo que habrá de todo. Porque tampoco está probada la capacidad del sector privado cuando se cierran empresas por miles y se despiden trabajadores por millones.

Tampoco entiendo que el sector privado se meta a gestionar servicios públicos que dan pérdidas y, en cuanto entran en manos privadas, consigan el ahorro y beneficio deseado. Con la cuenta de la vieja, eso sólo es posible si se rebaja la calidad del servicio, se recorta la prestación o se malpaga a los trabajadores de ese servicio. No hay otra manera, me parece a mí. Salvo, ya digo, que se esté admitiendo que los gestores –que por cierto han sido elegidos por quienes proponen la privatización- son unos tarugos incapaces de sacar adelante su trabajo.

Y, ya puestos, no alcanzo a comprender que el sector privado esté deseando meterse en servicios públicos catastróficos o en ruinas. O tienen un corazón solidario que no habíamos visto, o hay alguna razón que no conocemos tras su afán de tomar en sus manos servicios que, aparentemente, no son rentables. Lo suyo es que, en manos públicas o privadas, con una buena gestión, los servicios –que, por cierto, pagamos entre todos con nuestros impuestos- funcionen bien y satisfactoriamente.

No sé. Debe de ser mi probada ignorancia en estos temas lo que me lleva a estas disquisiciones claramente innecesarias. Pero si se trata de conseguir mayor eficiencia en la gestión, propongo que se entregue el país entero a la gestión privada, una vez que se ha demostrado la incapacidad de nuestros gobernantes para sacar a España adelante.

Eliminados los bancos, que no han demostrado precisamente ser unos linces, nos queda el sector de distribución. Puestos así, sería mejor entregar la gestión de todo esto que llamamos España a Zara o Mercadota que, aparentemente, marchan de maravilla. Nos ahorraríamos una pasta y, seguro, que lo harían mejor, si lo que buscamos es una gestión eficaz.

Vamos a los versos. Blas de Otero y esta maravilla, tan acorde con estos tiempos que vivimos:

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)
Digo vivir, vivir como si nada
hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,
y publicar, columna arrinconada.
Digo vivir, vivir a pulso, airada-
mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,
abominando cuanto he escrito: escombro
del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra
más inmortal: aquella fiesta brava
del vivir y el morir. Lo demás sobra.