Tiempos modernos

04/05/2012

diarioabierto.es.

Cuando uno se tenía por moderno por haber abandonado, no sin desgarro, la chaqueta de pana con coderas llega doña Esperanza Aguirre para arruinar ese proceso de renovación. Ella es tan ‘cool’ como para impartir lecciones a la carcundia sindical sobre las últimas tendencias que su partido abandera. A saber, luchar con denuedo por retroceder veinte años en la ley del aborto, decretar una reforma laboral decimonónica en la que, como ejemplo de rabiosa adecuación a los tiempos, se excluye el derecho de pernada o, en el colmo de esta espiral de progreso social, privar de un derecho fundamental a personas que no tienen papeles pero sí dignidad. Con esos mimbres resulta indiscutible que nadie más cualificado para pontificar sobre la necesidad de readaptación de los demás. Y moderna será, que no digo yo lo contrario, pero sagaz poco.

Es ahora, después de ocho años de regentar el cortijo catódico, cuando alumbra que mantener televisiones públicas es propio del franquismo. Acaso confunda el concepto. Lo propio de esa aciaga etapa era la manipulación y de eso su Gobierno sabe latín. Baste recordar, y sólo es un botón entre cientos, cómo allá por el 2005 de nuestra era, aunque no lo parezca, el entonces director del ente que se decía público llevaba en bandeja un documental sobre el 11-M antes de su emisión. Junto a la cinta una nota con un “creo que ha quedado bien ideológicamente”, y, se da por hecho, un ‘ferrero rocher’. Por ello, cuando, al calor del totum revolutum, se diga que todas las televisiones públicas se manejan al antojo habrá que exigir un caso similar en otra o convenir que si todas son iguales unas son, sin duda, más iguales que otras.

La beligerancia de Aguirre contra los sindicatos no radica en el modelo sino en su inherente función. Que su estrategia es susceptible de revisión, por supuesto que sí, que la clase trabajadora, la que va quedando, es cada vez más heterogénea, cierto es, que hay que acercarse más a la calle no sólo para manifestarse, sin duda. Que son necesarios, también. La perversión de las relaciones laborales alcanza ya cotas de máxima estupefacción. Hace unos días alguien, no identificado pero a quien intuía joven, me culpaba de pertenecer a una generación privilegiada porque las subidas salariales se fijaban en los convenios. Es más, tan privilegiados como para cotizar además al desempleo por si nos quedamos sin trabajo, a la Seguridad Social para tener una pensión una vez jubilados o para cobrar si uno está de baja. Derechos ganados con sangre, sudor y lágrimas a través de los siglos que hoy se tienen por canonjías debido en buena parte a la criminalización de los sindicatos.

Que no falte la difamación para distraer la atención. En caso contrario igual hasta nos daba por pensar. Un suponer ¿Cómo es posible que la misma presidenta que en plena crisis, desde el año 2008, gastó del bolsillo de todos los madrileños en publicidad y propaganda de su gobierno más de 600 millones de euros hoy nos quiera cobrar por transitar por las autovías que ya hemos pagado porque no hay dinero? Igual también es cosa de la modernidad, pero así, a primera vista, a uno le parece de juzgado de guardia.

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