Suspenso general político

09/05/2012

Luis Díez.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dependiente del Ministerio de la Presidencia, ha vuelto a propinar un coscorrón a la clase política con el barómetro de primavera difundido el martes. Ningún dirigente alcanza el aprobado. El resultado es especialmente malo para el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que saca un 3,8 y queda el sexto, detrás de Cayo Lara y del señor Durán Lleida, con 3,9 puntos. Es posible que Rosa Díez, con un 4,4, tenga la satisfacción de ser la primera entre los suspensos, seguida a tres décimas de Alfredo Pérez Rubalcaba, pero no me negarán que el panorama es desolador.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué tenemos tan mal concepto y tan escasa confianza en nuestros dirigentes políticos? ¿Acaso no trabajan día tras día por el bien común, legislan con ecuanimidad y desean lo mejor para la nación o si se prefiere, para esta histórica nación de naciones que es España? Les contaré una historia.

El lunes por la mañana me topé cuando salía de casa con mi vecina Zulaica, que llegaba con el carro de la compra cargado hasta los topes. Venía contenta porque, según me dijo, había hecho la compra para varias semanas y se quitaba un peso (y un dinero) de encima.

Al día siguiente, también por la mañana, coincidí con ella en el ascensor. Lo llegaba, sino que salía con el mismo carrito de la compra bastante cargado. Le mostré mi extrañeza y le pregunté si se le había estropeado la nevera. No era eso. La leche estaba pasada, los bollos aparecieron mohosos, la mantequilla tenía mala pinta, la carne olía mal, los yogures estaban a punto de caducar y, entre las frutas y hortalizas le habían puesto algunas machacadas y medio podridas. Total, un desastre.

La vecina, que se había dejado una pasta en la compra, se mostraba lógicamente irritada consigo misma por no prestar atención a la fecha de caducidad y se sentía defraudada por el frutero, el carnicero, y el pollero por haberle dado mercancía averiada. Pero todo tenía solución. Iba a cambiar los productos estropeados por otros en buen estado o a exigir que le devolvieran la pasta.

Bueno, pues esto que ocurre cada día en la vida normal, donde todos estamos obligados a hacer las cosas bien o, en caso contrario, a subsanar las mal hechas y reparar los errores y los abusos de la buena fe de los clientes, es lo que no sucede, precisamente, en la política. Los engaños, la mercancía averiada, los abusos de confianza nos pueden dejar, ¡qué digo un mes!, varios años in albis, sin almorzar y sin que podamos reclamar que nos devuelvan el voto.

Acaso por eso mismo, todos los políticos suspenden y el jefe del Gobierno saca la peor nota jamás registrada en el primer cuatrimestre. No hay nada más irritante con uno mismo que el engaño. Los demás datos del barómetro CIS –si el PSOE reduce a 11 puntos la distancia que le saca el PP– parecen secundarios, pues ni hay elecciones ni la política frente a la crisis financiera y económica fue muy acertada que digamos por parte de un gobernante que sostenía que los impuestos no son de izquierdas ni de derechas.

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