Duro con el débil, solidario con el fuerte

12/05/2012

diarioabierto.es.

En nombre de la crisis se ha de ser solidario con quienes, sin reparo alguno, desahucian de sus viviendas a familias con niños y los dejan en la calle. Con quienes, mientras se merman misérrimas pensiones a fuerza de subir los precios, exhiben sin pudor sus multimillonarias jubilaciones. En nombre de la ingeniería financiera se socavan sin rubor los mínimos cimientos de la decencia política. Hasta lo que parece inevitable, es decir, arrimar el hombro para sanear a quienes nos niegan el pan y la sal, no tiene por qué no ser infinitamente indignante ¿Qué pensará el modesto tendero que tuvo que cerrar su negocio y con él su futuro? ¿Qué se le pasará por la cabeza cuando sepa que igual le pasan el cepillo para salvar a quien le condenó por no concederle un préstamo? ¿Quién rescata a los parados, a los dependientes, a los endeudados hasta el cuello, a los inmigrantes enfermos, a los profesores no renovados, a los periodistas frustrados, a los explotados al amparo de la legalidad vigente? ¿Hasta cuándo los consejeros delegados seguirán cobrando sus escandalosos bonus en tanto dejan caer las cenizas del cohiba sobre los expedientes de regulación de empleo de sus empresas?

Si alguien pretende buscar coartadas económicas que lo haga, pero el hueco que deja la ética jamás lo llenará un objetivo de déficit. Cuando este Gobierno, y el anterior que ya se sabe que hay silencios de altos decibelios, apelan a la regeneración de los bancos para que circule el crédito y, por tanto, se active la economía o pecan de ingenuidad, que va a ser que no, o camuflan como cuestión de estado lo que sólo es allanar de nuevo el camino de la inmensa codicia ¿Se concedían hipotecas a mansalva durante la burbuja inmobiliaria por altruismo? ¿Desvelaba a los gestores bancarios el mandato constitucional del derecho a una vivienda digna? ¿Te llamaban a casa para prestarte que si para una nueva vivienda, el coche y los muebles de Ikea porque deseaban más que nada tu felicidad o simplemente porque a más créditos más intereses y, por tanto, más beneficios? Por cierto, beneficios que se han reducido pero que no han cesado. Sin poseer un master en economía aplicada por Harvard uno hasta se atrevería a asegurar que ganar menos no es perder porque aquí, perder, lo que se dice perder, siempre pierden los mismos. En su mayoría quienes sólo han recibido de los bancos una calendario y un bolígrafo.

No deja de ser curioso que las nacionalizaciones, que para el liberal son peor que la peste, sean la solución sólo cuando de lo que se trata es de socializar los números rojos pero nunca de compartir las ganancias. Una tropelía consagrada por el empeño de los dos grandes partidos en volatilizar la banca pública que en los años 80 concedía el 20% del total de los créditos y que en los noventa, década en la que el gobierno socialista la agrupó en torno a Argentaria para despedazarla mejor, algo que se encargó de rematar Aznar, todavía absorbía el 15% ¿Tan descabellado resulta tener una fuerte entidad financiera de carácter público que se rija por criterios sociales y no sólo mercantilistas? ¿Es un disparate querer no sólo cargar con las pérdidas sino también querer disfrutar de los beneficios? No parecería salvo en este moderna lógica de repudiar lo público salvo cuando viene a apagar los incendios económicos que provoca el sacrosanto sector privado. Así nos va.

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