Geografía del barrio

14/05/2012

Daniel Serrano.

Paisaje de extrarradio y tarde de pipas sentados en un banco de madera con vistas al descampado, truena un silencio de moles de hormigón y flamean sábanas blancas en los balcones, pasa un coche de policía y miramos al suelo. Se juega al guá y las paredes conservan residuos arqueológicos en diferentes estratos, vociferando amnistías que ya fueron y vivas a la lucha de la clase obrera. Los albañiles salen a pasear los domingos con un orgulloso brillo de betún en los zapatos y cruza el cielo un hilo de cometas y los pandilleros beben cerveza en una esquina convenientemente meada. Cantan los canarios en sus jaulas y percute muy cerca el paso de un tren. Las vías conforman la frontera de una periferia honda en ferocidades, irreductible, diestra en toda pelea perdida.  Es el barrio de nuestra infancia, geografía de días lejanos que Javier Pérez Andújar recupera en este imprescindible manual para desmemoriados.

Paseos con mi madre luce una deslumbrante prosa que se sustancia en hallazgos de extraordinaria belleza.

Por ejemplo:

“Nada existe más parecido al fracaso que un domingo por la tarde”.

O bien:

“El rock and roll es una ciudad sin sueño”.

He aquí, camaradas, un escritor de fuste.

Javier Pérez Andújar hace sociología literaturizada y descubre al observador no suficientemente atento conceptos como el del trasbarrio, esa sobra de cemento, farolas apagadas y perros con sarna que se esconde en la frontera de la periferia, esas últimas calles donde viven los más pobres, cruce de caminos entre el polígono, el humo de alguna fábrica y el erial donde inesperadamente la amapola refulge de rojo bajo pies que se arrastran.

Ah, qué libro tan fabuloso. Sucesión de miniaturas ejecutadas con emocionante precisión: “Mientras los trenes arrastraban hacia la lejanía de Barcelona su luz y su ruido, esperaba yo con mi abuela, siempre callada como si se hubiera dejado las palabras en Granada, sentada siempre en la silla verde de anea. (…) La noche es esperar. El barrio era esperar”.

Pérez Andújar no es el único. Están también Francisco Casavella, Kiko Amat, Vicenç Pagés Jordá. Todos ellos se ocupan de contar la historia de aquel proletariado que soñó alguna vez con acceder al paraíso y, al final, tuvo que conformarse con una hipoteca y unas vacaciones en Benidorm. Esta literatura con orgullo de clase se da en Cataluña y no se da, curiosamente, en Madrid. No hay en Madrid un solo escritor que haya construido el relato mítico de Entrevías, Palomeras, El Pozo, San Blas. Pérez Andújar regresa a su hogar de infancia y juventud, San Adrián del Besós, y levanta acta notarial del presente y el pasado y aquí y allá deja dictados de militancia resistente: “Porque la democracia es eso, es llegar a los sitios andando. Ir a pie es la democracia directa. Es más democrático ir a pie al trabajo que ir al helicóptero al Parlamento”. Y todavía más: “La dignidad que exige el viejo burgués que no ha soportado aparecer esposado en las fotografías cuando le llevan a juicio por robar durante generaciones se sustenta sobre la falta de dignidad del adolescente que sale en la foto tirado sobre una acera de la Diagonal con la bota de un madero pisándole la cabeza. Es la dignidad de un Millet con las manos libres como las ha tenido siempre, o de un MaciáAlavedra cristianamente esposado, frente a la humillación del Vaquilla, un chaval de barrio detenido cerca de la plaza Macià (…) alcanzado por los zetas cuando se daba a la fuga en un Simca 1200”.

Paseos con mi madre traza con enorme belleza el mapa de una geografía que en cualquier ciudad se repite. Confiesa Pérez Andújar que, cuando era chaval, el Carabanchel de Leño le resultaba más cercano que la Barcelona  de las Ramblas donde los hippies de buena familia se atusaban las greñas tras las gafas de alambre muy redondas. Cuenta Pérez Andújar el desdén con forma de bostezo que le aquejaba al Pepe Ribas que dirigía Ajoblanco cuando el autor (entonces jovencísimo redactor de la revista) le relataba épicas batallas de huelguistas haciendo la ronda nocturna para asaltar los cielos siquiera por un rato. La Barcelona de la gauchediviney la contracultura jamás se interesó demasiado por los charnegos del extrarradio y sólo La Banda Trapera del Río logró sintetizar el ruido y la mugre de aquellas latitudes a años luz de Bocaccio.

De todo eso y de ahora mismo nos habla Javier Pérez Andújar, recorriendo las avenidas de la Barcelona que mira de lejos a Barcelona, hoy habitada por chinos, pakistaníes o subsaharianos cuyos niños son los únicos que todavía juegan en la calle. Nosotros jugábamos a la pelota en la calle y la pelota rebotaba en los automóviles y las horas se dejaban ir hasta que las madres reclamaban a gritos desde las ventanas nuestra vuelta al hogar.

Javier Pérez Andújar (y disculpen lo tardío de este descubrimiento) ha escrito un magnífico libro y les aseguro que voy a seguir su pista y les aconsejo (cómo no) que hagan ustedes lo mismo. Aquí está otra Barcelona, “la Barcelona de los perros callejeros con gorra de pana, de los gatos, de las ratas, de las torres eléctricas, de los charcos, del tirón a la vieja que espera el autobús, del trompo con el coche, del chico con la cazadora vaquera que espera el autobús”. Pero no sólo. Es el barrio. El lugar donde quisimos quedarnos para siempre y de donde, inevitablemente, había que huir.

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