Somos todos

29/11/2010

diarioabierto.es.

Mari Carmen es una mujer, aparentemente, como otra cualquiera. Ama de casa, casada y con cuatro hijos. Si la miras fijamente a los ojos, puedes intuir tristeza en su mirada. Pero hace mucho tiempo que nadie la mira a los ojos, que nadie se interesa por sus rutinas o sus tristezas.

Mari Carmen hace la compra cada mañana en el mercado que hay cerca de su casa. Compra verdura y fruta y su casa siempre huele a potajes y a limpieza. Y las tenderas le atienden mientras le preguntan a Mari Carmen por la familia. Y ella asiente con la cabeza y dice: Todo bien, todo bien…

Sin embargo en el hogar de Mari Carmen cada día se escuchan gritos. Insultos y desprecios. Porque Mari Carmen, aunque nadie lo sepa, es una víctima del maltrato. Su marido usa la fuerza con ella, la castiga, la humilla, la golpea y le deja heridas que Mari Carmen cubre, como si de un rito se tratara, cada día, al salir de casa.

Su marido la sujeta por las muñecas y la lanza contra la pared, porque la comida está demasiado fría o demasiado caliente. Y Mari Carmen coge el plato y va hasta la cocina y su marido la sigue, a base de pasos gigantes, con la fuerza en los puños y la golpea hasta que Mari Carmen pierde el equilibrio y cae. Y el plato vuela por los aires hasta estrellarse contra el suelo.

El marido, no contento, la remata con una patada en las costillas y le dice asquerosa y que no sabe hacer nada.

Mari Carmen se levanta del suelo, ya ha perdido la cuenta de las veces que se ha caído y se ha levantado. Es rutina. Se mira en el espejo y llora. Esconde las lagrimas delante de sus hijos. Se ha convertido en una mujer que va y viene, siempre dedicada a las tareas del hogar. Experta en ocultar tristezas y dolor.

Y así vive Mari Carmen. Entre golpes y voces. Entre pellizcos que su marido le regala a escondidas, quemaduras de cigarro y que no se le ocurra a ella hablar ni decir nada, o la mata, le dice. Y Mari Carmen calla, y la puedes ver por  la calle, como si de cualquier otra mujer se tratara. Camina coja y si alguien le pregunta por su cojera, ella dice que se cayó ayer de la silla al querer alcanzar, del estante superior del mueble de cocina, un paquete de lentejas. Y la gente asiente con la cabeza y le dice: Cuídate Mari Carmen y que mejore esa pierna. Y Mari Carmen arrastra su tristeza cada mañana, del hogar al mercado, del mercado al hogar. Y nadie intuye nada.

Y ayer vio Mari Carmen un cartel colgado en mitad de la calle. Un cartel que hablaba sobre una manifestación contra el maltrato. Y Mari Carmen apuntó en un papel la dirección y la hora para acudir a la manifestación, porque tal vez allí encontrase otras mujeres con sus mismos ojos, con sus mismos golpes, con sus mismas tristezas. Y llegó a casa, y preparó la comida y sonreía un poquito más, porque iba a poder ver a más mujeres como ella. Hablar por fin con alguien.

Atesoró todo el día el papelito dentro del bolsillo de su bata, donde metía la mano a cada instante, mientras cocinaba, pensando en que cuando su marido saliese por la puerta, después de comer, ella acudiría rauda y veloz a la manifestación donde seguramente la esperarían más mujeres.

Sin embargo, quiso el destino, o tal vez la casualidad, que el marido  le viese la mano metida en el bolsillo de la bata. Y le preguntase qué guardaba ahí que no sacaba la mano. Y Mari Carmen dijo que nada, con ese miedo, intuyendo el golpe, doliéndole mucho antes de recibirlo. El marido le pide que saque la mano del bolsillo y Mari Carmen no tiene más remedio que sacarla. Y el marido busca dentro hasta encontrar el papel, con la dirección apuntada.

Luego la mira a  los ojos. Envenenado y movido por la rabia. Y le dice que dónde cree que va a ir. Y ella baja la cabeza, buscando una salida por alguna parte, queriéndose hacer muy pequeña para escapar de los brazos del hombre que la mata despacio. Pero es tarde, no ves venir el golpe. Y queda la cara de Mari Carmen rota de dolor, por el puñetazo que su marido le regala. Otro más. Y luego él, coge el papel y lo quema con el fuego de la hornilla. Y le dice: ¿Ves? como hables, así te quemaré yo a ti la cara. Arderás como el papel.

Y Mari Carmen se calla, y asiente con la cabeza y dice algo en voz baja, tal vez: no, no lo haré más, no no… no lo haré. Y el marido la deja en la cocina, con la cara amoratada, la hornilla encendida y la vida de Mari Carmen se pierde allí un poco más.

Somos todos, un poco Mari Carmen. No quedemos callados ante tanto dolor. No podemos silenciar lo que las heridas gritan. No podemos quedarnos sentados, esperando a perder la vida a manos de personas que hablan con los puños.

Mari Carmen somos todos. Y ojalá, muy pronto, Mari Carmen pueda acudir a pedir ayuda y salir de allí y sonreír de nuevo. Y que el sol, vuelva a brillar de nuevo en sus ojos y en su vida.

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3 pensamientos en “Somos todos

  1. Querida amiga he sentido el dolor en tus palabras. Efectivamente es muy cierta esta historia en muchos hogares. ESperemos que todo cambie que estas mujeres puedan algun dia sentirse seguras. Mientras seguiré leyendo tus palabras , bebiendo tus letras. Gracias Susana gran escritora a la que ya quiero tanto.

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