Es una oportunidad única, ya que la más completa exposición del artista alemán Ernst Ludwig Kirchner sólo se podrá ver en las salas Recoletos de la Fundación Mapfre en Madrid entre el 26 de mayo y el 2 de septiembre. Son 153 obras (más una selección de 35 copias modernas de las fotografías con las que el propio artista quiso documentar su vida y su proceso creativo) de uno de los máximos representantes del expresionismo alemán, cofundador del grupo Brücke (El Puente).

Para entender la obra de Kirchner hay que contemplar sus trabajos teniendo en mente unas palabras del genio alemán: “Mi objetivo fue siempre dar con una gran forma simple y un color nítido, transmitir el sentimiento, la experiencia con esos dos medios”; “unir así color y forma, fundir en una forma monumental el sentimiento y el calor”, captar “la vida bulliciosa que el sol inunda de color”, “vida rebosante de sangre”, “el color puro tal y como lo generaba el sol”. Y sobre todo esta frase: “Lo único que da alegría es el trabajo de búsqueda que descubre tierra virgen, el trabajo auténticamente artístico”.

La exposición, muy bien estructurada en cinco secciones (excelente el trabajo realizado por el equipo de la Fundación Mapfre), parte de un pensamiento de Kirchner: “Los colores son la alegría de la vida”. En la primera etapa (1905-11), Kirchner estudia Arquitectura (aunque nunca ejerció) mientras conoce la obra de Van Gogh o Matisse, y pinta largas y fluidas pinceladas de colores vibrantes. En 1905 funda, junto a otros tres artistas, Brücke, el grupo impulsor del expresionismo. Kirchner se inspira en el primitivismo (buena muestra de esta etapa es el “Retrato del pintor Heckel”), y promulga en su obra la libertad vital, la espontaneidad y la autenticidad. El arte debe servir para expresar las vivencias, el sentimiento interior.

La segunda etapa (1911-15) es la consolidación del expresionismo, con formas angulosas, colores estridentes, contrapicados, y con la calle como principal motivo artístico. Kirchner emplea el grabado y el dibujo, pero sobre todo es el gran momento de la escultura. Junto al ambiente de las calles de Berlín están los desnudos al aire libre en la isla de Fehmarn, que buscan la utopía de la unión entre el ser humano y la Naturaleza. Aparecen ya síntomas de la ansiedad, de la inquietud, que llevarán a Kirchner a sanatorios de Alemania y Suiza durante la I Guerra Mundial.

Es la crisis (1915-17), que sin embargo genera algunas de las obras más sorprendentes de Kirchner (como el “Autorretrato con niña: doble retrato”). Sus obras, fundamentalmente los autorretratos pero también los retratos del sanatorio de Kreuzlingen, muestran angustia y miedo.

Sensaciones que cambian radicalmente en Davos (1017-25). Krichner, un hombre totalmente urbano, descubre los Alpes. “Es aquí donde se aprende a valorar la verdadera dimensión del color”, admite. La consecuencia es una obra más sosegada, con colores más claros y tamizados. Inspirándose en técnicas de bordado y tejido rurales, recurre al “estilo tapiz”: composiciones basadas en manchas de color yuxtapuestas.

La última etapa por el recorrido de la obra de Kirchner está dominada por las abstracciones (1925-38). Se nota la influencia de Picasso, Léger, le Corbusier y el movimiento Bauhaus. Sin prescindir totalmente de lo natural y sin restarle nada a la fuerza del color, el artista opta por el lenguaje abstracto, que mezcla imaginación y observación de la Naturaleza.

Una obra truncada por el nazismo, que Kirchner contempla desde Suiza con preocupación. Muchas de sus obras son retiradas de los museos alemanes, al ser consideradas “arte degenerado”. El propio artista es expulsado de la Academia de las Artes. Tras la anexión de Austria a Alemania por Hitler en 1938, el miedo a una invasión nazi de Suiza le lleva al suicidio. Pero antes, desgraciadamente, Kirchner destruya parte de su obra.

Pero siempre nos quedará esta exposición para atisbar la genialidad de un artista que quería mostrar una vida “rebosante de sangre”.