Esta vida

28/05/2012

diarioabierto.es.

¿ A qué olía el verano ? A caña de azúcar… a la ropa recién tendida… a un campo lleno de margaritas… a la boca tras un polo de fresa… al ambientador de limón de tu coche.

Y la vida, ¿a qué olía la vida cuándo se terminaba?. El olor aquellos días se podía alcanzar con el cuerpo. Olía la tristeza, las calles mojadas te hacían resbalar con los zapatos, los días lluviosos te quedabas bajo la lluvia sin importarte. La vida, cuando se terminaba parecía el final y el principio de todo.

El sonido de las llaves en tus pantalones. Tu espalda apoyada en una pared empedrada, fría y solitaria, mientras te llevabas las manos a los bolsillos y se escuchaba el rugir de las calles, del gentío… Aquel vértigo de la vida, cuando al cerrar los ojos sabes que aunque tú ya no estés vivo, todo seguirá moviéndose como ahora, todo seguirá haciendo ruido y tú… tú no estarás aquí entre los vivos. Ni para verlo, ni para que yo te llame como lo hacía.

Aquel día me lo dijiste: la vida huele diferente cuando sabes que vas a morir. El sentido del olfato crece y tus pulmones se ensanchan.

Respiramos juntos, sentados en un banco de piedra mientras la ciudad se movía frenética e imparable. Las canciones tristes nos hacían llorar y coger nuestras manos. Y era en los silencios que nos regalábamos donde más nos hablábamos. Cuando sin apenas decir nada sabíamos toda la verdad. Tú, imparable, con el mechón de pelo que siempre te tapaba la cara. Sabías que había guerras que no se podían ganar , porque nada más comenzar ya estaban perdidas. Y la tuya ya estaba perdida. Aún así mirabas a la vida con los ojos reluciendo y con el estómago lleno de hambre de futuro.

Solo basta pasar un verano con una persona como él para saber que quieres más veranos como ése. Pero nada es fácil y yo no podía meterme en su cuerpo para luchar contra su enfermedad. Aunque tenéis que creer que había días en que lo intentaba. Quisiera haber luchado en su interior, haberle ayudado a vivir un poco más. Él tenía lo que a muchos hombres que conocía les faltaba, aquella fuerza interna y aquellas ganas de vivir que estaban por encima de todas las cosas. Él componía canciones, hoy estaría tocando en locales y tú escucharías su disco camino de la oficina, enamorada y sedienta de su música. Un chico enamorado le estaría regalando sus versos a la chica que le gusta.

Y yo sonreiría al ver que los sueños se cumplen.

Pero la muerte es caprichosa y llega cuando mejor estás. Y sentencia tu vida y no importa cuántas ganas de vivir tengas, ni si has sido mejor o peor en esta vida. Ni cuántas veces hayas mentido, ayudado o sido bueno. O malo. Da igual.

Tienes un cáncer. Incurable. Te dice un médico, uno de los mejores médicos. Y tú le preguntas sonriendo: ¿un cáncer? ¿pero podré tratarme y curarme, verdad?. Y el médico te dice: no, siento decirte que es un cáncer incurable. Con bastante estabilidad económica tal vez podrías realizar un seguimiento en el extranjero y someterte a unos tratamientos experimentales que están teniendo bastante éxito en algunas personas con un diagnostico parecido al tuyo.

Pero tú no tenías dinero ni para comer al día siguiente. Tú solamente tenías tus greñas y tu guitarra. Tenías un alquiler que apenas llegabas a pagar. Comías latas de atún en tu casa, y bebías cervezas y refrescos a los que muchas veces te invitaban algunos amigos y conocidos a los que les gustaba tu música.

Es una historia triste. Preferiste seguir tocando hasta que las yemas de tus dedos estuviesen tan entumecidas y no sintieses los acordes. Pero siempre, me decías, que sentirías la música dentro de ti, aunque tus dedos la dejasen de sentir para tocarla. Que no te ibas a someter a tratamientos en el extranjero , porque no tenías ni para comprar un billete de autobús en tu ciudad y que el tiempo que te quedase preferías seguir mirando aunque te cegase, el sol de Granada.

Te fuiste tan fácilmente. Nacer debería ser fácil, pero no morir. Sin embargo, cerraste un día los ojos y tu guitarra se murió contigo. Y todas las canciones a medio escribir, que guardabas en los cajones.

Morir es fácil, es la única frase que se me quedó grabada con tu muerte. Pero la memoria perdura. Recordar también es fácil. Y el recuerdo nos mantiene vivos muchas veces de la muerte.

Yo aprendí a llorar sola. A mostrarme a la gente cómo soy. Me atreví a hacer nuevos amigos, siempre buscando en ellos tu mirada (sin encontrarla). Viví muy sola mucho tiempo, siempre tratando de no contar a nadie que en un año te quise más que a nadie. Me convencí a mi misma de que escribir todo sería bueno. Que recordar a alguien muerto no es un lastre, sino la única recompensa que te deja alguien con su maravillosa existencia.

Pero tu guitarra quedó tan callada que a veces la echo mucho de menos. Hacías estremecer al mundo con el primer acorde que tocabas. Y con tu voz se encendían todas las farolas, la gente dejaba, sí , DEJABA, de hacer otras cosas para tomarse la última copa y escucharte siempre que tocabas en un local donde con suerte podías ir una vez cada tres meses a tocar, con tu guitarra a cuestas.

Es imparable la vida. Y lo único que nos salva de la muerte es la suerte y un cuerpo sano. Mientras tanto, seguimos recolectando momentos y personas, para que cuando nos marchemos sea el recuerdo lo único que mantenga vivo lo que fuimos o lo que hubiésemos sido.

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