De vuelta a la viñeta

28/05/2012

Daniel Serrano.

Aquellos mohicanos irreverentes con los dedos manchados de tinta y hachís que paseaban la Plaza Real y Las Ramblas y dibujaban monigotes para la contracultura y erigieron una modernidad anfetamínica de velocidad y punki, viñeta a viñeta, sin Dios ni amo. Aquella generación que supuso el relevo rupturista de los pioneros del TBO y los galeotes de la Bruguera imperial. Aquellos gamberros que dibujaban historietas como si pintasen obscenidades en la puerta de un váter público. Aquella horda del Rrollo, Víbora, Star, codo a codo con los caricatos del Papus y del incombustible Jueves, único superviviente de una era clausurada.  Aquellos ejecutores de toda ferocidad son hoy abuelitos inofensivos que exponen su obra en museos y sacan de paseo a sus nietos.

Nazario, el de Anarcoma, inventor de un barroco kitsch andalusí de irrefrenable exhibicionismo homosexual, autor de los miembros viriles más descomunales que jamás se hayan visto en una viñeta, ese Nazario peligrosamente pornográfico, es hoy demandado por los grandes centros de arte y el Reina Sofía adquiere para sus fondos varias de sus páginas míticas. Gallardo, que dibujase un Makoki picándose la vena para espanto de las viejas, se ha vuelto tierno y nos presenta a su hija autista en el bellísimo álbum María y yo. Kim, el de Martínez el facha y las churriguerescas ilustraciones de masa en El Jueves, pone luz a la hermosísima historia de un eterno perdedor de la guerra civil en la magistral El arte de volar. Max, que dibuja en el diario El País y expone en el DF, permitió (al fin) que su Peter Pank se convirtiese en persona de orden.

Y Montesol, otro de aquellos, de El Víbora y Cairo (anverso y reverso), ha vuelto. Para mostrarnos que aquellos atorrantes se han hecho mayores y que la edad adulta les sienta realmente bien. Viñetista que en 1989 dejó la viñeta para dedicarse a la pintura y el cartelismo y la ilustración en prensa y esa amplia panoplia de oficios que son el oficio de dibujar, Montesoll regresa al ruedo del cómic y nos presenta un poema de trazos tristes, en negro y gris.

Speak Low es el título, como la canción de Kurt Weil.

Montesol nos habla de padres e hijos y del dolor y la pérdida y de los días felices del pasado y del espanto del presente. Y pinta todo eso como si pintase a toda prisa, manchando de rotulador una memoria de vacaciones en Nantes y lluvia sobre la autopista, la exacta tristeza esbozada en un garabato sobre el papel, negro y gris, negro y gris, negro y gris.

Speak Low es una obra bellísima y emocionante. Tanto como las mencionadas El arte de volar y María y yo, cómic en mayúsculas, palabras mayores en un contexto tebeístico que va a a más y, sobre todo, se atreve cada vez más a explorar los tenebrosos territorios de la edad adulta.

Montesol confiesa, tanto en el relato como en un muy conmovedor epílogo, su francofilia militante: Legrand, Demy, Tati, Tintín (por supuesto), la hermana de Catherine Deneuve, que también era muy guapa. “Era un día de 1967, un compañero de instituto me lo dijo por la mañana, Francois Dorléac, hermana de Catherine Deneuve, había muerto en un accidente de tráfico. Yo no lo sabía entonces, pero las cosas empezaban a cambiar”.

Los punkis de ayer, que ensuciaban toda viñeta de pólvora e irreverencia, son hoy autores de agridulces narraciones como este Speak Low. Abuelitos no tan inofensivos como se percatará quien lea con atención sus obras. Abuelitos que han variado su lenguaje hacia otros acentos y nos fascinan con sus batallas de otros días y sus batallas de hoy en día.

Lo que nos faltan, en fin, son los punkis de hoy. Aquellos que inventen tebeos desde donde tirar escupitajos a los biempesantes.

A la espera de esos nuevos bárbaros, disfrutemos de Speak Low, en cuyas páginas el negro y gris de la vida queda expuesto en toda su crudeza.

Speak Low. Montesol. Ediciones Sinsentido. 110 páginas.

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