Qué es la Web 3.0 y por qué no existe

04/06/2012

Ernesto del Valle,
consultor web 2.0, formador y conferenciante.
Si ya sorprende a propios y extraños la ligereza con que se usa la etiqueta “2.0”, confieso que me supera la apropiación desvergonzada que algunos hacen del término “web 3.0”, sobre todo considerando que no existe tal cosa. Aún.

¿A qué las prisas? ¿por qué hacer saltar el contador tan pronto, si apenas sabemos lo que es el «2» y algunos siguen instalados en el «1»? A esto solo puedo contestar con una recomendación: cuando alguien diga “3.0” donde podría decir “lo mío va un paso por delante”, más vale desconfiar. Esto no lo dijo Sun Tzu, pero si viviera seguro que lo suscribiría.

Pero centrémonos en el asunto y entendamos de qué estamos hablando. Si abordamos a un profesional conocedor de la materia y le preguntamos sobre «cómo será la web que viene», muy probablemente nos dará una de estas dos respuestas:

Respuesta A: “No tengo ni la menor idea, pero estamos en ello…”
Respuesta B: “Aún no está claro, pero los conceptos que más inspiran a quienes se plantean este asunto son…”

Personalmente, me quedo con la respuesta “A”, más humilde y desde luego más cómoda. No obstante, eso supondría terminar aquí el artículo así que me he propuesto un pequeño desafío: pongamos que me decanto por la opción “B”…

Conceptos para la inspiración 3.0

Hablamos de “inspiración” porque los conceptos que están marcando la pauta de “la web que viene” son plausibles pero no totalmente viables tal cual, al menos en la forma que han sido concebidos. Tampoco está claro cómo esos conceptos pueden convivir entre sí ni qué barreras de tipo legal, cultural y meramente práctico encontrarán en el camino.

Dando por sentados una serie de cambios tecnológicos razonables y una predisposición adecuada por parte de la sociedad y la clase política, los ingredientes del cóctel mágico «3.0» tendrán mucho que ver, probablente, con tres líneas de trabajo: The Internet of Things (Internet de las cosas), la web semántica y Open data. Veamos en qué consisten y por qué las cosas en realidad no están tan claras:

The Internet of Things

Imagina que Internet no es solo una red de personas sino también de cosas. Imagina, por ejemplo, que tu coche tiene una dirección propia en Internet, y que está conectado. Imagina que puedes compartir con él información, automatizar procesos e interactuar para organizar tu agenda, controlar gastos, realizar trámites con la aseguradora, geo-localizarlo, ponerlo a la venta, hacer las revisiones mecánicas, optimizar itinerarios, proporcionar información estadística a instituciones públicas y privadas, imposibilitar su uso si lo roban, aplicar mejoras de seguridad vial… y lo que se te ocurra. Piensa ahora en usos equivalentes para equipamientos domésticos, dispositivos tecnológicos, viviendas o incluso jardines, cultivos, la piscina tu comunidad, una sala de cine, tu bicicleta de montaña, o el autobús que hace la línea de tu casa a tu trabajo.

Todo esto es inspirador, incluso emocionante, pero ¿querríamos llevarlo hasta las últimas consecuencias? ¿qué riesgos se plantean para la privacidad? ¿agravaríamos la “infoxicación” a la que ya estamos sometidos? En otras palabras: conceptualmente, todo esto es genial pero, ¿dónde están los límites?

Por otro lado, está el problema de la regulación. Ya sabemos que dos décadas no han bastado para que los políticos entiendan las cookies (al respecto recomiendo este post en el blog de Enrique Dans: Ley anti-cookies: la enésima demostración de incompetencia política regulando la red), así que en lo relativo a las normas ¡que el dios de la tecnología nos pille confesados! Para entrar a fondo en The Internet of Things, puedes encontrar más información en The Internet of Things Council.

La web semántica

Sigamos imaginando. Cuando haces una búsqueda en Internet recibes una lista de enlaces en los que hay información relevante. Pues bien, imagina que en lugar de esto la web interpreta tu consulta y te entrega un contenido procesado por ella misma, con todo lo que necesitas. Imagina, de hecho, que las máquinas “entienden” la información y que no solo te dicen en qué sitios puede estar lo que buscas, sino que generan contenidos nuevos a tu medida, a partir de los datos disponibles en toda la Red.

Para que esto fuera posible, los contenidos en Internet tendrían que estar etiquetados con un protocolo estandarizado (metadatos semánticos y ontológicos; si tienes curiosidad, más información en semanticweb.org). La pregunta inevitable es: ¿las empresas y las personas que quieren recibir visitas en su sitio web, con ánimo de lucro o sin él, querrían participar en un escenario como este? ¿estarían dispuestas a contribuir en la construcción de un entorno virtual que les priva del contacto con su audiencia?

En un supuesto donde la experiencia «semántica» se limitara al ámbito académico y a ciertas áreas del conocimiento gestionables de manera altruista ¿estaríamos hablando realmente de una «web semántica»?

La web semántica es, sin duda, el futuro. Sin embargo, todavía está por definir cómo aplicarla de forma que sea compatible no solo con las necesidades de los que reciben la información y los servicios sino también con los legítimos intereses de quienes aportan valor y esperan recibir valor a cambio. Se encontrará una solución, seguro, pero ¿cuál?

Open Data

Open Data significa lo que parece: datos abiertos, datos accesibles a todos, para que los ciudadanos podamos tener acceso a la información pública de forma masiva, integrada en la Red, reutilizable y sin barreras de acceso, de uso, ni de proceso. Ya hay iniciativas de gobiernos, muy especialmente en el Reino Unido: data.gov.uk | Opening up government. En España, el gobierno vasco es pionero con la iniciativa Open Data Euskadi.

El concepto Open Data tendrá implicaciones realmente seductoras desde el punto de vista social, siempre que las instituciones lo asuman en toda su extensión y no se limiten a considerarlo como una mera compartición de colecciones de datos previamente disponibles, lo que en la práctica sería un retroceso a la web 1.0. Habrá, además, mucho que invertir. El acceso abierto a los datos públicos bajo los supuestos del modelo Open Data te permitirá, por ejemplo, saber cuánta agua se gasta en el riego de los jardines de tu barrio, y con esta información promover una iniciativa ciudadana, proponer una idea para optimizar el consumo, hacer un trabajo escolar o documentar un proyecto de investigación.

Open data es la auténtica revolución que muchos están esperando para transformar la política y la participación ciudadana en otra cosa muy distinta, y desde luego mejor.

¿Y el cóctel?

Menudo lío. El mayor dilema está en cómo van a convivir estos conceptos y cómo se verán afectados por otras innovaciones que aún no hemos pensado o que están en el tablero de dibujo (¿conoces, por ejemplo el Project Glass de Google?).

Sabemos hacia dónde vamos, conocemos bien los límites tecnológicos, pero no podemos, ni deberíamos querer, adivinar el futuro, sino solo pensarlo. No en vano tenemos los occidentales un largo historial de predicciones que nunca se cumplen y que a la larga lo único que producen es sonrojo.

De momento, estas pinceladas sobre “la web que viene” nos sirven para saber “por dónde van los tiros” y “para qué debemos estar preparados”, pero no pintan un cuadro lo suficientemente nítido como para decir “esto es la web 3.0” y la tendremos aquí en “x” años. Ni de lejos.

Ernesto del Valle es consultor web 2.0, formador y conferenciante. Pare obtener más información sobre este autor visitar Socialmediaycontenidos.com.

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