Las guerras se ganan (y se pierden) por culpa del dinero

11/06/2012

Miguel Ángel Valero. José Ángel Sánchez Asiaín, expresidente del Banco de Bilbao y del BBV, analiza en una obra monumental, fruto de varias décadas de investigación, la financiación de la contienda civil española

¿Otro libro sobre la guerra civil? Sí, pero no. Porque “La financiación de la guerra civil española” (Crítica) no sólo es la culminación de varias décadas de trabajo de investigación de José Ángel Sánchez Asiaín, que dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia (nada menos que 208 páginas) el 20 de octubre de 1989 a “La banca española en la Guerra Civil”, sobre la financiación de este conflicto. Es la gran obra sobre la financiación de los dos bancos en la contienda que ensangrentó España y que dio paso a una dictadura militar que se prolongó durante casi cuatro décadas.

La monumental obra de 1.309 páginas, y que el autor con suma modestia subtitula como “Una aproximación histórica”, parte de una tesis de Hugh Thomas. Éste, en la introducción a su obra “La guerra civil española”, señala que el golpe de Estado de Mola (y al que se apuntó en el último momento Franco) ganó por cuatro motivos: organización política mejor, ayuda exterior superior, mayor experiencia militar y una mejor administración de los recursos. A éste último aspecto se dedica el excepcional trabajo de Sánchez Asiaín.

Éste se pregunta (página 32) cómo perdió la guerra un Gobierno que, al comenzar el golpe de Estado, se quedó con el 60% de la población, 22 capitales de provincia (28, los sublevados), el 30% del producto agrario (lo que explica las notables carencias de productos básicos que sufrió la República, sobre todo en las grandes ciudades) y el 80% del producto industrial, el 47% del ejército, el 65% de la aviación y la marina, el 51% de la Guardia Civil, el 65% de los carabineros, y el 70% de la Guardia de Asalto (página 286). Los sublevados, no obstante, lograron el 75% de las reservas y de la capacidad de producción de trigo, el 60% de leguminosas, 90% de azúcar, el 75% del vacuno y el 70% del ovino, lo fundamental de la industria pesquera, el 75% de la producción de mineral de hierro. La caída de la franja cantábrica (en el verano de 1937) y de Asturias (en la segunda mitad de ese año) dio el control sobre la industria siderometalúrgica y sobre el carbón (lo que de paso dificultó mucho el transporte marítimo, que quedó en manos republicanas).

Para Sánchez Asiaín, mucha culpa del fracaso de la República estuvo en el componente anarcosindicalista de la revolución popular que derrocó a Alfonso XIII, el planteamiento de que el capitalismo estaba ya sobrepasado, con incautaciones y colectivizaciones de empresas, y la pérdida de soberanía política y económica del Gobierno central (página 36), junto a la descentralización regional, con práctica independencia monetaria de vascos y catalanes. En el territorio de la República “llegaron a coexistir seis Gobiernos con plenos poderes y con esquemas jurídicos e institucionales propios” (página 8).

Llama la atención que, al no haberse declarado el estado de guerra hasta prácticamente el fin de la contienda, los Presupuestos Generales del Estado para los años 1937, 38 y 39 se referían formalmente a la totalidad del territorio de la República, “desde luego, al margen de la realidad” (pagina 312).

Dentro de esa monumental obra, que pese a lo que diga Sánchez Asiaín tiene pinta de trabajo definitivo sobre la cuestión (aunque desde luego abre la puerta a muchas investigaciones sobre aspectos concretos de la financiación de la guerra civil), y que pese a sus 1.309 páginas se lee con amenidad y sin necesitar grandes conocimientos previos sobre finanzas, economía o historia, tienen morbo los capítulos dedicados a la preparación de la sublevación, con Mussolini dando dinero a la Falange y el papel clave de los carlistas (páginas 63 a 108, y Anexos 1, 2 y 5); el papel de Mola como captador de recursos (páginas 109 a 137 y Anexo 3); otras contribuciones, como la de Francesc Cambó o las aportaciones judías, poco conocidas ambas (páginas 138 a 162, y Anexo 4), Juan March, con muchos datos inéditos sobre el gran financiador del golpe de Estado (páginas 167 a 221); y las ayudas del Portugal del dictador Salazar (páginas 222 a 260).

En los primeros momentos de la guerra, Indalecio Prieto recordaba a Napoleón: “La guerra se gana con dinero, dinero y dinero” (página 63). Y aquí ganaron de calle los sublevados. No es que tuvieran más recursos financieros. Es que los utilizaron mejor que el Gobierno legalmente establecido. La República pagó el coste de la guerra civil con cargo al ahorro de los españoles acumulado en el Banco de España y en las entidades financieras, mientras los facciosos se financiaron con el ahorro futuro, “con lo que los españoles se iban a ver obligados a dejar de consumir en los años sucesivos para satisfacer esa deuda de guerra” (página 64).

Recursos desde el principio

La investigación de Sánchez Asiaín demuestra que los mecanismos de captación de recursos para combatir a la República se iniciaron muy pronto: en septiembre de 1932, con un comité presidido en el extranjero por el conde de los Andes, y en España por el marqués de Arriluce de Ybarra. La comisión ejecutiva de ese comité recibió el apoyo desde París del depuesto Alfonso XIII (página 67), aunque se concretó en poco dinero a la hora de la verdad. Éste vendría fundamentalmente de Navarra, de Juan March, y de Portugal. Mucho más que de la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini

En cambio, la ayuda de Francia a la República “fue parcial y casi clandestina” (página 286). Y sólo hubo apoyo real, en dinero y en armas, desde México y desde la Unión Soviética. Reino Unido, Estados Unidos y otros países dificultaron la financiación de la República y, por tanto, facilitaron la victoria de los sublevados y la dictadura de Franco durante casi 40 años.

Sánchez Asiaín describe cómo se financió la compra de petróleo por la República (paginas 282 a 284) y por los sublevados (paginas 397 a 402), cómo éstos trataron de hundir la cotización de la peseta republicana en el exterior (páginas 442 a 444). También cómo los republicanos reaccionaron con estampillas falsas (páginas 448 a 452). Interesante es también la parte dedicada a la financiación de las quintas columnas (páginas 445 a 447).

El oro de Moscú

No podía faltar la cuestión del oro, a la que Sánchez Asiaín destina tres grandes capítulos, el XIII (páginas 557-626), sobre las ventas a Francia y a Moscú, y la historia, mucho menos conocida, del oro de Mont de Marsan (páginas 610-12); el XIV (páginas 627-650), sobre los papeles de Negrín; y el XX (páginas 893-926), sobre la financiación del exilio, con el llamado tesoro de Negrín y el del “Vita”, historias poco conocidas de la guerra civil, más el Anexo 6 (páginas 1.159-1.164).

Pero también hay que leer con atención el capítulo XVI (páginas 705-748), con las suscripciones, más o menos voluntarias, y las incautaciones, como financiación de los dos bandos. Y sobre todo el XVII (páginas 749-796), que habla de la “responsabilidad política por daños de guerra como fuente de financiación”, la “represión económica” tanto en la República como lo que Sánchez Asiaín califica como “Gobierno de Burgos”.

También tienen un gran interés el capítulo XXII (paginas 959-988), sobre el coste de la guerra civil, especialmente en la influencia sobre la formación de capital humano; el XXIII (páginas 989-1.018), sobre los ajustes de la posguerra; y el XXVI (1.085-1.130), sobre la financiación del exilio. Pero en las 1.309 páginas de esta obra nada sobra, y todas y cada una de ellas aportan y enseñan.

Una obra, por tanto, imprescindible para entender la guerra civil y la historia posterior de España. Y la gran aportación del más intelectual de los banqueros españoles (José Ángel Sánchez Asiaín, doctor en Economía, catedrático de Hacienda Pública y Derecho Fiscal, fue director del Servicio de Estudios del Banco de Bilbao entre 1954 y 1962, director general y presidente de esa entidad, y presidente del BBV entre 1988 y 1990) en su faceta de historiador de la economía y de la banca.

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