No son copos de nieve, de Pablo Guerrero

19/06/2012

Joaquín Pérez Azaústre diarioabierto.es.

Justo cuando no creemos en nada, es posible seguir creyendo en la poesía. La poesía como enigma, como el alambre que sostiene al abismo. La poesía como cuna, nutriente y gravedad, la poesía como código imantado a los genes ocultos de la tierra. La poesía que se canta, la poesía de raíz. La poesía mineral. La poesía antisistema. La poesía como luz, la poesía como magma. La poesía como escuela. Y la poesía como una religión. La poesía como abrazo, como un renacimiento sideral. La poesía como voz.

Todo esto me viene a la retina cuando pienso el nuevo libro de Pablo Guerrero, No son copos de nieve, editado por Maia, con las ya conocidas y muy hermosas ilustraciones de Miguel Copón. Una poesía que llueve a cántaros, que nos hace sentir la pulcritud de las palabras dichas con su forma, con su esbelto contorno, con su corporeidad y su sonido. Una poesía en la que cada vocablo alcanza su más alta dimensión, esa luz de tierra –parafraseando un maravilloso disco de Pablo Guerrero, poniendo música a unos cuantos poetas extremeños- que puede hasta alejarse de la melodía inmediata porque alcanza su música interior, lúcida y ancha, en la pronunciación del verso, de toda esa cadencia de imágenes alzadas sobre la solidez del sustantivo que se nombra a sí mismo, que es su propio adjetivo escrito en una piedra.

Siempre que se escribe sobre Pablo Guerrero la reflexión estriba entre su naturaleza de poeta que escribe libros –perdón: poemas. Siempre a mano, siempre en la misma mesa de su cafetería. Siempre de mañana y de café- y el cantautor que los canta.

Claro. Pablo Guerrero es historia de la canción de autor española, una especie de leyenda que aparece con la barba juanramoniana y la bonhomía machadiana, que va a todos los conciertos de los chavales últimos y los escucha con verdadera atención, pero que también ha sido banda sonora de una vida, esa realización del sueño eterno de aquella España que se fue y no ha sido. Pero Pablo, como dice Lola, la estupenda librera de la Librería Rafael Alberti, sobre todo es poeta. Un poeta a la manera de Claudio Rodríguez, de esa sonoridad corpórea, cenital, marcada en lo rotundo del grano verbal.

Escrito en una piedra, Los cielos tan solos. Ahora, en No son copos de nieve, la armonía geológica se vuelve un eco de la propia existencia. Es la realización del azar colectivo, de una manera pura de redescubrir la realidad. Es la realidad como materia, como sustrato último del tiempo. Es la delicadeza del detalle, es sumergirse en él.

Habitamos ahora la poesía hecha por un cantor que no ha extraviado el canto, que lo ha vuelto interior. La poesía de Pablo es como Pablo: así, cuando llego a algún sitio y lo vislumbro al fondo de la sala -pongamos que hablo del Libertad 8-, el escenario mejora todavía más, se nos revela amable, quizá menos sombrío y más radiante. Es lo que sucede, también, con sus poemas: que, incluso en pleno junio, nos abrigan.

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