¡Ahora nos toca a nosotros!

20/06/2012

Daniel Serrano.

La Cultura de la Transición (CT) es el enemigo a batir, sostienen Guillem Martínez y sus compinches en este libro y no les falta razón. Martínez y compañía se erigen en promotores de una ruptura (o siquiera relevo) generacional que no llega. Pero ¿qué es la CT? Cito: “el paradigma cultural hegemónico en España desde hace más de tres décadas, que se dice pronto”. O sea, y permítanme la zafiedad, un conglomerado de nombres propios, conceptos y referentes históricos donde caben Víctor y Ana, el referéndum de la OTAN, el diario El País, Juan José Millás, la SGAE, Albert Boadella subido a la grupa de Esperanza Aguirre en los teatros del Canal, Almodóvar y Amenábar, la Bodeguilla, Aznar y sus mariachis venidos del Norte (Juaristi, Azurmendi, Uriarte), los Alcántara, el consenso, la Movida y Luis María Anson. Entre otras muchas cosas.

CT o Cultura de la Transición pretende ser una enmienda a la totalidad de un sistema que encalló, hace mucho, en el inmovilismo. Y en ese sentido, como propuesta, me ha entusiasmado. Cuestión bien diferente es que, yendo al detalle, no todas las aportaciones que contiene este volumen se sitúen a la misma altura. Veamos. De lo mejor, el capítulo que firma Isidro López, Consensonomics: la ideología económica del CT, que se atreve a cuestionar los mitificados Pactos de la Moncloa, la reconversión industrial y las condiciones en que España se integró en Europa, convirtiéndose este país a un modelo económico de ladrillo y jarras de sangría para los turistas (eso sí, con AVE y puentes de Calatrava).

Ninguna objeción a lo que el propio Guillem Martínez escribe. Tampoco al análisis crítico del panorama musical que ejecuta Víctor Lenore, con pasajes tan certeros como incómodos para el establishment moderno derayban y converse: “El pelotón de grupos coolno parece capaz de incomodar a nadie. Incluso seduce al mundo corporativo: las grandes agencias de publicidad recurren a divas indiepara vender los trapitos de Purificación García, la cerveza San Miguel o el SEAT Ibiza Spotify (…). El indiees el género más patrocinado de la historia de la música popular. Nada más ridículo que los aires de superioridad contracultural de la tribu urbana que mejor sintoniza con la clase dirigente”. O dicho de otro modo: ¿dónde está el punk cuando se le necesita?

Más aportaciones de interés: la melancolía de Belén Gopegi preguntándose cómo militar a la contra y a la vez dibujar una sonrisa para las fotos del dominical donde corresponde promocionar la última novela; el repaso que Irene García Rubio y Silvia Nanclares dan al feminismo de pastel que la CT ha institucionalizado; la diatriba contra lo literariamente correcto del siempre libérrimo Ignacio Echevarría; la sana revisión de la herencia política de la Transición que realiza PepCampabadal y que se resume en la imposibilidad de hacer avanzar la democracia más allá de lo que pactaron nuestros papás.

Todo eso (y alguna cosa más), muy bien. Pero. Ahora vienen los desacuerdos. Desacuerdo con el obsesivo y generalizado discurso en contra de toda propiedad intelectual. Por mucho que me insistan no lograrán convencerme de que despojar al trabajador de la cultura de parte de sus ingresos es una batalla en la que merece la pena pelear. Primero que redistribuyan los inmorales beneficios de tanto ejecutivo, banquero y empresario sin escrúpulos y luego hablamos. Y, además, aparte del desacuerdo de partida, puestos a argumentar en contra de la propiedad intelectual, la SGAE y demás belcebúes, mejor hubiera sido recurrir a Enrique Dans, un señor de derechas que, al menos, tiene un argumentario bien construido. Porque para contarnos que la SGAE pasó de manos de fascistas redomados al control de la progresía (como sucedió en parte de las estructuras de este país) no hacía falta tanto esfuerzo.

Eso por un lado. Por otro, Amador Fernández-Savater. Admito que (aun atrayéndome parte de su ideario) siempre acabo irritándome al leer sus textos. Primero porque me pierdo en una palabrería que (me temo) acaba por no significar nada en concreto. Un par de ejemplos. En defensa del funcionamiento radicalmente asambleario del 15M: “En esos procesos de experimentación, las luchas de poder típicas de la CT se sustituyen por la escucha activa, la elaboración del pensamiento colectivo, la atención hacia lo que se está construyendo entre todos, la confianza generosísima en la inteligencia del otro desconocido, el rechazo de los bloques mayoritarios y minoritarios, la búsqueda paciente de verdades incluyentes, el cuestionamiento y recuestionamiento constante de las decisiones tomadas, el privilegio del debate y el proceso sobre la eficacia de los resultados, etcétera”.  Yo es que soy más de Lenin cuando decía aquello de “salvo el poder, todo es ilusión”. Para entretenerme voy al cine. Si hago política es para lograr resultados y que no me quiten el subsidio de desempleo o que en las escuelas no haya cincuenta niños por aula. Claro que (y ahí va el segundo ejemplo) Fernández-Savater opina que lo de definirse políticamente está pasado de moda y escribe que los del 15M (los que él conoce, supongo) “no se identifican a la izquierda o a la derecha del tablero de ajedrez político que es la CT, sino que escapan a esa alternativa proponiendo un nosotros no identitario, abierto e incluyente en el que cabe cualquiera”. Pues si cabe cualquiera, a mí que no me apunten, porque no me apetece hacer la revolución al lado de los de UPyD y la Falange, pongamos por caso. En fin, la polémica ideológica que plantea Fernández-Savater excede en mucho lo que un artículo como este puede abarcar, así que lo dejaremos para otro día.

Pero sigamos con los desacuerdos (u objeciones). Objeto el artículo de Jordi Costa, autor en este volumen de un extraño capítulo impropio del que es, hoy por hoy, el mejor crítico de cine que hay en España. Con lo meridianamente claro que suele ser Costa, ¿cómo le ha salido un texto tan críptico? O tal vez yo no he estado a la altura (que es probable). En fin.

Y ya para acabar, desacuerdo total con Miqui Otero, cuyo capítulo dedicado al humor de la CT me parece (digámoslo sin paños calientes) una soberana tontería de la cual es imposible sacar conclusión alguna. Y encima no menciona a Miguel Brieva y sólo de pasada a MasaEnfurecida, el más sublime autor de sarcasmos en twitter (esplendoroso refugio del humor libre).

Y dicho todo esto: ¡salgan a toda prisa a adquirir su ejemplar de CT o la Cultura de la Transición! Son cinco euretes de nada y resulta de lo más estimulante el debate que propone esta infame turba de disconformes.

Otra cosa es que, al final, todo se reduzca a la tristeza que produce contemplar el tapón generacional que impide a tanto talento acceder a la atención mayoritaria. ¿Tanto talento? Glups. Eso sería objeto de otro debate: ¿es la nocilla suficientemente nutritiva como para enmendar la plana a Muñoz Molina? ¿Quiénes son los directores que darán una patada en el culo a Almodóvar y Amenabar como estos se la dieron a Colomo o Giménez Rico? ¿Dónde el alarido punk que ponga voz a la frustración de tantos? Yo tengo algunos nombres que proponerles pero eso, mejor, lo discutimos en otra ocasión.

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