Crimen en el supermercado

20/07/2012

Daniel Serrano.

El mundo se acaba, a la vuelta del verano quién sabe si un helicóptero alzará el vuelo desde el Palacio de la Moncloa con un presidente a la fuga (al modo De la Rua o como los últimos de Saigón), España alumbra incendios en cada esquina, disturbios con bomberos que atizan el fuego y funcionarios a la busca de su Sierra Maestra desde donde organizar la contraofensiva. Tiempos nuevos, tiempos salvajes. Pero, en fin, la vida sigue y habrá que seguir leyendo libros, digo yo, que no sólo de cortar el Paseo de la Castellana vive el disconforme. Y si quieren algo ligerito para una buena siesta lectora de las que nos alegran tanto el estío, ahí tienen Perros de presa de David Barreiro.

Un divertimento policiaco con el extrarradio como escenario desolado y el súper cumpliendo función de lugar del crimen. Perros de presa se ciñe a cierto modelo clásico de novela negra narrada en primera persona cuyo protagonista, convenientemente macerado en alcohol y fracaso, se lanza a investigar la muerte del amigo del alma inesperadamente fulminado por un asesino en la niebla. Pero Barreiro, además, nutre su relato de un tono suburbial y cercano a la parodia que provoca la inmediata adhesión del lector a la causa de la novela, incluso aun cuando la novela patina en ciertos giros argumentales de verosimilitud o claridad más que cuestionables.

Es decir, sí, Perros de presa no es una novela perfecta pero ¿a quién le importa? Se lee de principio a fin con total gozo y uno se ríe a ratos y tiene personajes estupendos y pasajes hilarantes o inquietantes o ambas cosas a la vez y, por cierto, se nota (y mucho) que Barreiro ha escrito guiones de cine porque nos hallamos de nuevo (recuerden La vida de hotel) ante una gran película en forma de novela.

Dicta David Barreiro a su protagonista:

“Llego a casa y miro el reloj: son las cinco.

Tengo toda la tarde por delante, pero, de pronto, llega la noche y ya la he dejado atrás.

No he hecho nada.

Y así sucesivamente”.

Así es nuestro héroe, así suena la voz principal de esta novela, la de un vigilante de seguridad que jamás logró salir del barrio, que echa de menos a los viejos amigos, que sigue amando a la mujer que se fue y que, cada noche, saca a mear por los pasillos del supermercado a un perro al cual libera por unas horas de su reclusión en la tienda de mascotas.

Naturalmente, está el obligado socio de indagaciones (un periodista que come yogur), la fauna de suburbio (la irresistible Jessica, el niño cojo, el delincuente tatuado transmutado en jefe de empresa de seguridad…), y está el amigo que marchó para no volver, los atardeceres cayendo a plomo sobre los descampados que se divisan desde el exiguo balcón, mirar el techo tratando de adivinar el futuro, la frontera última de los polígonos, la devastación de los patios traseros.

Decía antes que Perros de presa no es una novela perfecta y digo ahora que es una excelente novela y no hay contradicción alguna entre ambas afirmaciones y si la hay, me da exactamente igual, el caso es que Perros de presa contiene la mezcla adecuada de humor y amargura y la luz en claroscuro propia del género negro y una prosa de enorme efectividad aromatizada de gimlet y patatas bravas. David Barreiro sabe lo que se hace, créanme, pero no le voy a perdonar que en la página 112 haya utilizado el participio freído, eso no se hace por mucho que la RAE lo admita (que no sé si lo admite), qué espanto. En fin, tampoco es para tanto, cubra un tupido velo el participio de marras y quedemos como amigos.

Perros de presa es una magnífica novela policiaca y nos remite al territorio de los sueños rotos, a esa hora del crepúsculo en que, como escribió Chandler, todo es “triste, solitario y final”. Perros de presa les hará pasar una tarde estupenda, qué caramba, y corriendo los tiempos que corren, eso ya es mucho. Luego ya habrá tiempo de tomar el Palacio de Invierno, cuando callen las chicharras.

Perros de presa. David Barreiro. 183 páginas. Gadir.

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