Malformaciones políticas

25/07/2012

diarioabierto.es.

Hay cosas que Europa no impone pero que sí exige la hipocresía de quienes se llenan la boca con la palabra libertad mientras cercenan de modo implacable su ejercicio. Acaso extrañe más la polvareda que levanta cada zancadilla a los derechos de la mujer que la regresión en sí que supone. Del partido que se adhiere sin fisuras al clamor por la vida para encabezar manifestaciones para luego recortar de las ayudas que reciben las personas dependientes que luchan por su supervivencia poco más se puede esperar. ‘Nadie tiene derecho a obligar al sufrimiento’. La sensatez que destilan estas palabras del reputado neurocirujano Javier Esparza no merecería más que un respaldo sin fisuras.

Eso sería en un país medianamente normal, no en uno en el que mientras su Gobierno hunde a la sociedad en general invade con desfachatez las parcelas más personales y dolorosas del ser humano. Que la malformación del feto no se contemple como supuesto para abortar es una barbaridad. Que a su vez se mermen con alevosía los recursos para la atención social más que un agravante se convierte en una nítida radiografía. En concreto la de aquellos que, no contentos con desgobernar una nación, se creen con el derecho de gobernar nuestras vidas. Decirnos cuando y cómo debemos parir, con quién nos debemos casar o en qué condiciones hemos de morir ¿Cómo se atreven?

Y todo ello agarrados sin decoro alguno al mástil de una libertad que gestionan sólo en función de sus prejuicios e intereses. Libertad de mercado si, libertad de abortar no. Bastaría haber conocido, aun por terceras personas, el desgarro, la desolación, el trauma, la tristeza o el miedo que procura una decisión de tal calado para convenir que ni Rouco ni Gallardón, tan inteligente él, pueden hacerse ni una remota idea del sufrimiento que supone. Qué sabrán. Ni tampoco, pese a las advertencias médicas de Esparza, no ya ideológicas o morales, el que implica para los niños que padecen los diversos tipos de malformaciones congénitas. Nada vale contra la intransigencia. Nada contra el atropello de entrar en el coto más íntimo de la mujer como elefante en cacharrería.

Ver, oír o leer a un obispo o a un ministro impartir clases magistrales sobre la maternidad con un desparpajo sonrojante movería a la hilaridad. Lástima que no tenga gracia alguna. Más bien todo lo contrario. Uno no sabe si volverá o no la peseta, pero ya parece más cercano ese regreso clandestino a clínicas de más allá de los Pirineos para, muy a su pesar, ejercer un derecho que te niegan los mismos que, en nombre de la libertad y la vida, lo único que logran es hacerte imposible la tuya. Hay cosas de las que, por desgracia, no hay nadie que nos pueda rescatar. Qué tropa.

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