El padre y maestro Peces-Barba

25/07/2012

Luis Díez.

Vive Dios que no deseaba el cronista redactar este obituario sobre un hombre bueno como fue Gregorio Peces-Barba Martínez, quien falleció el martes en el hospital de Oviedo –pasaba sus vacaciones en Ribadesella– a la edad de 74 años y recibió el miércoles, festividad de Santiago Apóstol, cristiana sepultura en el cementerio de Valdemorillo (Madrid), donde residía. Mas, como nadie se libra de la hora de las alabanzas, sobre el que fue presidente del Congreso en la primera legislatura de mayoría socialista (1982-1986) llovieron flores y elogios de los cuatro puntos cardinales. Hasta el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que rechazó y combatió su designación como comisionado altruista para las víctimas del terrorismo, tuvo que reconocer que “fue un ejemplo de entrega y dedicación a los españoles”. “Servidor público” y “socialista cabal” le llamó Felipe González. “Gran maestro y amigo”, dijeron Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón. “España era su pasión”, afirmó su pupilo y exministro Virgilio Zapatero. “Nos exigía más a los más cercanos”, recordó su aventajado alumno y sucesor veinte años después en la presidencia del Parlamento, José Bono. El príncipe Felipe de Borbón, que acudió a la capilla ardiente, le dedicó palabras de afecto antes de recordar que le había tomado juramento de la Constitución en 1986, cuando alcanzó la mayoría de edad. ¿Quién mejor que uno de los siete padres de la Carta Magna para esa labor? “Era un demócrata con un punto machadiano”, dijo sin equivocarse por una vez el ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert.

Se fue el maestro y queda el recuerdo: somos recuerdo. Y como suele decir Bono, nadie muere mientras no se le olvida. A sus discípulos, un puñado de jóvenes socialistas de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, les resultará difícil olvida a Peces-Barba, “el padre Peces”, le llamaban por su aire sacerdotal y su fe católica. En el PSOE tuvo fama de “vaticanista”. Nació en un Madrid en guerra (1938), era hijo de un abogado que le bautizó con su nombre, se licenció en Derecho en la Complutense y puesto que tenía la cabeza bien amueblada, le colocaron de profesor ayudante de Derecho Natural en el curso 1962-63. Hizo la tesis sobre el pensamiento social y político del filósofo católico francés Jacques Maritain y ganó la cátedra en su facultad. Su pensamiento social y la oposición frontal a la dictadura le convirtieron en una especie de padre de aquel reducido grupo de alumnos con hambre y sed de libertad y justicia que abrazaron el ideario socialista, crearon la Agrupación Socialista Universitaria (ASU) y se adscribieron al PSOE. En 1976, Gregorio resultó elegido por los socialistas madrileños en el 27 Congreso del partido, todavía en la ilegalidad, para que formara parte de la Ejecutiva federal del partido con Felipe González, Alfonso Guerra, Carmen García Bloise, Enrique Múgica, Javier Solana y otros compañeros.

Nunca olvidaré la mañana que me llamó a su despacho: “Luis, puedes bajar un momento, hay aquí unos señores que desean hablar contigo”. Gregorio y los demás dirigentes del partido ocupaban la primera planta del edificio 175 de la calle de García Morato (hoy Santa Engracia), y nosotros hacíamos El Socialista en la tercera planta de la mencionada finca. Aquellos señores eran tres elegantes directivos de un importante grupo de empresas constructoras que se beneficiaban con corrupción objetiva y no sé si subjetiva de la contratación pública y a las que habíamos puesto de vuelta y media en el periódico. Lógicamente preocupados, llamaron a Gregorio para quejarse. Eran los tiempos del “desacato” y nos caían querellas hasta por reproducir unas coplillas irónicas sobre aquellos alcaldes y concejales franquistas y caciquiles que mangoneaban pueblos y ciudades, así que después de escuchar las razones de aquellos señores ante la amable mirada de Gregorio, les dije no había lugar para rectificaciones y que si querían, podían ir al juzgado. Recuerdo el signo de admiración de Gregorio y su silencio positivo. Era un hombre de ley que comprendía como nadie el derecho a la libertad de expresión. De las querellas nos defendían Leopoldo Torres y Francisco Virseda, pues Gregorio ejercía poco y sólo en causas mayores: había defendido en el Proceso de Burgos a los etarras para los que la dictadura pedía pena de muerte.

Cuando el PSOE ganó las elecciones y él fue elegido presidente del Congreso por 338 votos de un total de 346 (hubo 8 en blanco) puso orden en la Cámara, instaló un timbre moderno para llamar a sus señorías a votar; frente al sonido de carraca del anterior, aquel sonaba tan melódico y vaticanista que al oírlo, diputados y periodistas cantaban: “Totus tuos, totus tuos”. El padre Gregorio se reía y lo tomaba a broma. Dicho sea de paso, unos días antes se había sentido muy feliz de recibir al Papa Juan Pablo II en su exitosa visita a España con un Gobierno socialista. Como la atmósfera del hemiciclo llegaba a ser tabernaria, pues sus señorías fumaban cigarrillos, puros, cachimbas, él, que fumaba habanos, como Felipe, y tampoco iba a fastidiar a Santiago Carrillo, que fumaba un pitillo detrás de otro y sólo había sacado dos diputados –él y Fernando Pérez Royo por Sevilla– prohibió el fumeque de puertas adentro, pero lo permitió en los pasillos y en un bar reservado a sus señorías al que se accedía desde el hemiciclo. Así la cosa se hacía más llevadera.

Son sólo algunos signos de la flexibilidad, tolerancia, el diálogo y la bonhomía del padre Peces, los mismos que facilitaron la redacción y aprobación (el PNV se abstuvo y Fraga rechazó el título de las Autonomías) de la Constitución de 1978 que consagró la democracia y confirmó la monarquía, no sin antes someterla a votación en la Comisión Constitucional por expresa decisión de la dirección del PSOE y con fuertes críticas de las derechas, e incluso del PCE, al ponente Peces-Barba y, por supuesto, al “radical” Alfonso Guerra. También sufrió lo suyo para lograr el que el derecho a la Educación fuera de titularidad pública y quedara garantizado por los poderes del Estado, pues la derecha política y la jerarquía católica sólo admitían, como ahora estamos viendo, un papel subsidiario del Estado. Cuando dejó la política volvió a la enseñanza, se propuso crear y creó y dirigió la Universidad pública Carlos III en la zona obrera de Madrid que más lo necesitaba. Es la obra de la que más orgulloso se sentía.

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