Cinecittà

02/08/2012

diarioabierto.es.

En todo este descenso a los infiernos, demasiadas maneras de vivir se están dinamitando desde dentro, se están dejando morir. En vía Tuscolana, está Cinecittà, el Hollywood del Tíber, que amenaza con desaparecer. Todo es lo mismo: una podredumbre estructural que va a llevarse por delante lo mejor de nosotros. Quiero ver otra vez a Marcello Mastroianni en La dolce vita, fumándose un pitillo en vía Veneto, cuando no era vía Beneto: había tanta gente alrededor del set del rodaje, era tan enorme la atracción de la pareja Marcello-Anita Ekberg, que tuvieron que montar otra vía Veneto interior dentro de los estudios de la Cinecittà, donde se rodó Ginger y Fred, donde Fellini pudo ser Fellini, en su iconografía caída, con un sabor a dulce desencanto.

Ahora, un plan industrial presentado por la sociedad privada gestora de las 400 hectáreas de suelo público sobre el que se erigen los estudios, buscando la dinamización comercial de la zona, amenaza con levantar un complejo hotelero con dos piscinas y un aparcamiento de seis mil plazas. Con el caramelo envenenado de la construcción, en la periferia de Roma, de un parque temático sobre el cine, los impulsores del proyecto se curan en salud: “Los nuevos servicios van a atraer a nuevos clientes. Cinecittà no muere, sino que se enfrenta con energía renovada al futuro del séptimo arte”. Es posible.

Pero lo hará, y de esto no cabe ya ninguna duda, no como la realidad espacial de lo que ha sido, ese escenario esquivo de los sueños, de todas esas noches blancas y timbradas por una silueta de Claudia Cardinale, sino convertida en un parque temático.

Los empleados, la mayoría artesanos que son historia viva del cine más rotundo, plástico y visual para cualquier cinemateca, serán reubicados en otras sociedades, nada menos que 53 albañiles, estucadores, carpinteros y pintores que hicieron el Egipto de Cleopatra, la Roma de Quo Vadis o el tenebroso monasterio en El nombre de la rosa.

Total, que esto se cae. Que no podremos volver a pasear por esas calles dormidas de la infancia en Amarcord. Nos adentramos, creo, en unos tiempos poco favorables al sentimentalismo. Hemos de acostumbrarnos a ir abandonando los escenarios de la memoria para habitarlos luego, de otra forma, revisitando el ámbito del tiempo en que se perpetúan libremente. Hay una Fontana de Trevi en Roma, otra en La dolce vita, hubo una en Cinecittà, sí; pero también hay otra, más ancha y más hermosa, con nuestra Anita Ekberg personal, en la que siempre podremos encontrarla, desprovista de su vestido blanco, con nuestras manos anchas buceando hacia el fondo infinito.

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